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lunes, 27 de octubre de 2008

va mi novela para todos ustedes‏

ANTES DE LEER LOS LOCOS DEL COMETA…
…para decirlo desde el comienzo, si en esta novela hay pasajes onettianos, kafkianos, artlianos, o contianos (por Haroldo Conti), es que esta es una novela muy autobiográfica, y en mi vida han pasado y me pasan cosas de éste estilo, en distintas proporciones, a pasado o a futuro, lo que ya es una parte de mí. Seguramente esto le puede ocurrir a cualquiera, como que se puede estar involucrado con estos autores del mismo modo que el paso de los cometas se involucra con la locura.
Quisiera, además, mostrarles algunos pasajes de lecturas que para mí tienen relación con la historia que sigue. Fuera de las grandes manifestaciones naturales, la comunicación y el interés por las pequeñas cosas nos acercan a sentimientos y pensamientos que tocan el alma y ayudan a su transformación, aún cuando aparenten ocurrir en distintos tiempos y espacios…

“Es mediante todas esas trivialidades –en la manera en que hablamos, en cómo pedimos café al mozo, en los nombres de las calles y en los monumentos de las plazas- como se expresa un proyecto de sociedad y de país, por no decir del mundo; y es a través de ellas que puede verificarse cómo los hombres ‘creyendo correr hacia su libertad, corren hacia sus cadenas’ (Rousseau)”. Eduardo Grünner, en La era de la desolación (de Dardo Scavino, Cuadernos Argentinos Manantial).

“Toda cultura supone un ‘nosotros’ que constituye la base de nuestras identidades sociales”. Mario Margulis.
“La libertad y la igualdad constituyen el único espacio político en el que la diversidad puede existir”. Eduardo Colombo, en La segregación negada (Margulis, Urresti y otros, Ed. Biblos).

“Según un cuento japonés, un renombrado profesor de arquería sube hasta la cima de una montaña para conocer al mejor arquero del mundo. Se queda atónito al ver que este experto maestro no usa arco ni flecha. Sin embargo, cuando el maestro apunta hacia el cielo, sin nada en los brazos, y después suelta la flecha invisible, cae un pájaro al suelo.
Lo que yo sueño e imagino es la vuelta de la vida monástica sin necesidad de monasterios, la recuperación del lenguaje sagrado sin iglesias donde usarlo, la educación del alma llevada a cabo fuera de las escuelas, la creación de un mundo artístico e ingenioso realizado por personas que no son artistas, el surgimiento de una sensibilidad psicológica olvidada ya la disciplina de la psicología, una vida de intensa comunidad sin organizaciones a las que pertenecer, y la consecución de una vida del alma sin tener que hacer ningún progreso hacia ella”. Thomas Moore, en Reflexiones ( Ed. Urano).

Y finalmente una canción escuchada de chico:
“Pero entonces llegó el hada protectora
y viendo que Pinocho se moría
le puso un corazón de fantasía
y sonriendo Pinocho despertó”.


Todos los epígrafes de esta novela corresponden a Las enseñanzas de don Juan, de Carlos Castaneda (ed. Fondo de Cultura Económica), donde un viejo indio yaqui expresó el pensamiento más práctico y más ligado a lo humano que a mi entendimiento y sensibilidad he leído (si nos atrevemos a leer a través de lo inexplicable).
Como ven, todos ellos han dejado una estela luminosa en el firmamento de mi conciencia, llenando maravillosamente mis agujeros negros…

p.d.: las notas sobre el cometa Halley fueron extraídas, con modificaciones, de la revista El tema es… cometa de Halley (Editora Tres, San Pablo, Brasil. Edición en Argentina. 1.986)



LOS LOCOS DEL COMETA

CHICHO

“…tu seriedad está ligada a lo que tú haces.
Te ocupas demasiado de ti mismo. Ese es el
problema. Y eso produce una tremenda fatiga.”


“Cuando tus emisarios plateados lleguen por ti,
no hay necesidad de gritarles.
Vuela con ellos como ya lo hiciste.
Después de haberte recogido darán media vuelta,
y los cuatro se irán volando.”

1
Chicho, que ese era su sobrenombre, caminaba sobre la superficie lustrosa de la noche interrumpida a trazos por las débiles luces artificiales. Sin otra razón que el regreso, durante el paso rítmico y acelerado, descargaba su ansiedad con los brazos alzándolos enérgicamente en el aire. La barba naciente, descuidada, no podía ocultar la tensión de sus labios. Esa noche no fue fácil estar con ella sin poder vencer una sensación de rutina, el dolor de su fracaso matrimonial. Esta vez no pudo. “No sé que hago en este puto 1.986 a estas horas sacándome la mufa como si fuese visible y la tuviera pegada como el calor. ¡Qué loco soy! Hace años, en mi mejor época, no me importaba andar por las calles aunque fuese peligroso y ahora que no hay problemas me la paso caminando al pedo. Pame como mujer ya no existe pero estamos casados y eso es mucho. Rita me calienta y me gusta, pero para lo que no sirve es para matrimoniarse. ¡La puta!, y yo hoy necesito lo primero”.
Esa noche, a cualquier hora, se refugió en la humedad gris de su viejo hospital. Se internó en él por un largo pasillo iluminado por unos focos amarillentos y sucios. Unos médicos de guardia se acercaron desde el fondo, con su propia y opaca luz blanca, pasando como si flotaran en aquella penumbra mental, haciendo ademanes de saludos.
Poca noche quedaba para soportar y decidió hacerlo durmiendo, no importándole qué viera en sueños. Pasó por la última y errática puerta hasta llegar al dormitorio de guardia; atravesando un solitario y poco amueblado salón, se metió vestido en la primera cucheta vacía que descubrió en una de las habitaciones, pobladas de colegas y estudiantes durmiendo.
Pero la penumbra fue ganando luz, se hizo incandescente, como si los focos amarillentos, haciéndose uno solo y creciendo hacerse una gigantesca llama, recorriesen el largo pasillo, llegando hasta la habitación para desaparecer y dejar solo la noche, al final, en el momento de introducirse en el sueño. Acurrucó su cuerpo como para aislarse de lo que ocurriera en esa pieza, repentinamente indiscreta y activa en las urgencias, y se quedó dormido por unas horas sin pensamientos ni recuerdos, relajado insensiblemente, como cuando un hambriento recién nacido recibe el calor del alimento de su madre, repleto de amor.


2
Mirándose fijamente a los ojos, atravesándolos desde el espejo, Rita aspiró, con una mueca exagerada de la boca, el débil cigarrillo, inerte entre sus dedos, aplastado luego, con la violencia de un rápido movimiento sobre un cenicero de lata. El humo salió, exhalado y sonoro, con el impulso necesario como para levantarse con fuerza de la silla, olvidarse por un momento de su hermoso cabello enrulado, por el que a Chicho le gustaba llamarle Rita “Bonita” y en ese mismo vértigo desnudarse, ponerse su camisón rosa y cubrir, con la rapidez del que está siendo observado, el cuerpo suave y seductor. Una vez en la cama exhaló de nuevo, sin tabaco en la boca, esforzando ruidosamente los labios, sus ojos bien abiertos, la cabellera sobre la almohada. Sin ninguna timidez se dijo: “mañana, o tal vez pasado, le digo que se case conmigo”. Con la seguridad en sus gestos giró, en la cama antigua e incómoda de la pensión, tirando del interruptor de la luz. En la penumbra distinguió el vaivén de las volutas de humo saliendo del cigarrillo a medio apagar. Fuera de la habitación, la iluminación atravesaba las viejas aberturas de madera y los sonidos la rodeaban, voces y ruidos monótonos que sólo imperceptiblemente daban paso al silencio y la oscuridad.


3

Su cuerpo se retorcía, moviendo y girando todos sus miembros, su cabeza iba de adelante hacia atrás lentamente. Dio un gran bostezo, tensionado, emitiendo un sonido perruno (aunque su cara de buen muchacho sugiriese gestos más delicados). LLegó la mañana y aún no quería abrir los ojos.
- Che, despertate, que es la hora de hacer el pase de sala - le susurró Fabián, que se había acercado a sus oídos, apurándolo. -¡Vamos Chicho!. Te traje un mate -insistió con suavidad. Él mismo era un tipo suave, algo desprolijo en su aspecto después de la noche de guardia. Un estudioso, pero sobre todo un amigo. Chicho mostró el marrón de sus ojos como el disparo de una cámara fotográfica. Se irguió en la cama y lo miró tan profundamente que Fabián se sintió confundido. No eran Pamela ni Rita sino la mañana de costumbre en el hospital. Chicho se relajó. Con gusto terminó de desperezarse repitiendo, aún cansado de sí mismo, luego de aceptar el mate:- Vamos, pero primero necesito una afeitada.

En el caminar hacia la sala de internación, reconociendo caras, voces, luces habituales entrando por ventanales viejos, sus ojos se se libraron de la tensión mental. Por una estrecha escalera de material pintada de gris llegó al primer piso. Arriba se agolpaba un pequeños grupos de viejos doctores, residentes, concurrentes y otros, como él y Fabián, que eran jóvenes médicos de la planta del servicio de ginecología. Rita Bonita dijo que Pamela era una inútil. Chicho que no la va a poder abandonar aunque no la quería. Rita fumaba un cigarrillo mientras hablaban. Los ojos, las caras de quienes iban en esos guardapolvos fueron tomando forma, moviéndose en grupo, arrastrándolo hacia adentro, a la sala, ubicando posiciones. Alguno con carpetas en la mano, ocultando el nerviosismo de exponer su saber frente a los demás, otro saliendo furtivamente hacia camas vecinas, para actualizar datos de última hora. Pero todos muy atentos a la ceremonia del pase de sala, de la observación en grupo de cada paciente. La mujer acostada a la que rodearon primeramente, apretaba las sábanas con su mano izquierda, la que no estaba al alcance de la vista. Estaban frente ella. Eran todos hombres. Su mirada iba hacia distintos puntos del techo, más arriba que aquellas cabezas y sus labios apretados parecían que nunca revelarían un sonido. Chicho la miró y de pronto descubrió algo.
- Piómetra, dijo el residente. - “¿Qué?”, pensó sorprendido volviendo a la realidad.- Al hacer la dilatación del cuello expulsó grandes cantidades de pus -continuó el residente de tercer año, disfrutando haber asombrado al grupo-...eso es lo que veíamos en la ecografía. Gonococos. Está con antibióticos parenterales -todos apuntaron al suero colgando, donde se suponía estaban los antibióticos- según normas – y finalizó, orgulloso de haber presentado impecablemente el caso. Tras esa palabra aparecieron algunas sonrisas cómplices, algún dato estadístico, algún comentario esperanzador, como era costumbre, al concluir cada exposición. Al aquietarse los murmullos, el jefe se dirigió a la siguiente cama. Su figura, que encarnaba en un reluciente guardapolvo blanco, desplazó las miradas de todos, médicos y enfermos, provocando una oleada, igualmente blanca, en su dirección. Las internas escucharon una a una su diagnóstico aunque la única palabra que le sonase familiar es “estás de alta”.
Después, cuando terminaron la sala y pasaban a la otra, Chicho ya sabía qué descubrió en la primera mujer: eran sus mismos ojos, la mirada que evocaba su sumisión frente a Rita Bonita. Estaba cerca de Fabián; cuando se encontrasen solos charlarían del problema. Sin percatarse, iba apretando el guardapolvo de su amigo que, al darse cuenta, lo tomó como una señal de amistad. Y le sonrió.


4
- Me gusta tu pelo, Rita Bonita.
-Tocámelo.
-.................
-Me gusta tu cuerpo, Rita Bonita.
-Tocámelo.
-.................
-Y, qué tal, ¿es suave?
-Sos un hada y una virgen.
-Por suerte ninguna de las dos cosas.
-Acariciame un poco.
-Bueno..............
-Me hacés mucha falta.
-................
-No puedo estar sin vos.
-...............
-No dejes de acariciarme.
-...............
- ………...
-Te pregunto una cosa, Chichito.
-¿Sí?
- Tu esposa no hace lo mismo, ¿no?
-No.
-Entonces te sigo acariciando.
-...............
-Chichito, ¿sabías que este año se viene el cometa Halley?
-..............


5
Ni por putas estoy para pensar en cometas. Inflación. Guerras. Derechos humanos. Militares y sindicatos. Vivencias en un país incierto. ¿En dónde estuve parado todos estos años? Una hija y una mujer. Una amante. Del hospital al sanatorio. Abortos. Partos. Escapadas. De Galtieri a Alfonsín. Pero la bronca es conmigo. Status. Pasiones abandonadas. Una necesidad: estar con Rita. Por lo tanto, nunca estar en casa. Muchas guardias. Muchas escapadas. ¿Y dónde queda la profesión? Seguir a una mina y abandonarlo todo. Fabián sabe dónde está parado. Con su inocencia está haciendo carrera. Una novia eterna. Salidas de fin de semana. Mucho estudio. Se preocupa. Pero antes, ¡buena que la hacíamos! Marihuana, recitales de rock, pelo largo, reírnos de la policía y voltear alguna minita. Pero ahora un señor doctor. El tiempo de antes ¿fué malo o fué bueno? No me animo a pensarlo. Todavía no sé lo que me pasa a mí. ¡Qué verano de mierda! Calor por todos lados. Malos augurios. Planes para salir del estancamiento. ¿Cuándo veré el primer caso de Sida? Este dilema me está poniendo viejo. Mejor dicho envenenando porque tengo ganas de coger. Hoy me escapo de la guardia. Entonces se dio cuenta que estaba por cruzar la avenida. Había reconocido, como un ciego, la atmósfera pesada del tránsito. Reconoció también, instintivamente, con agilidad, el cordón de la vereda, el semáforo, la dirección y velocidad de los vehículos, la contaminación temprana. El ruido y las voces peatonales. Sufrió cierto mareo. Una gota de sudor le acarició el cuello antes de meterse bajo su remera. Otra gota acarició la frente. Al sacudir los párpados, con un pequeño temblor corporal, fijó su mirada en una revista de portada oscura, con un objeto luminoso atravesándola y grandes y aparatosas letras que decían EL TEMA ES... EL COMETA DE HALLEY EDICIÓN COMPLETA SOBRE EL ESPECTÁCULO DE LA DECADA, y más abajo: FEBRERO DE 1.986, 2A. Se sumergió hacia la brillante estructura del negocio que reflejaba el creciente sol de la mañana. No volvió a pensar en nada más. Con la sonrisa suave dejó que las manos del vendedor tomaran su dinero, buscasen el cambio en los bolsillos y, tras darle una señal de acuerdo, la sacó de atrás del alambre que la sostenía, como iniciando el cometa de la revista su propia trayectoria, como iluminándose mientras se alejaba del quiosco brillante. Le causó risa, mirando la contratapa, la fotografía de una mujer muy vendible, raza blanca, pelo prolijo y rubio, muy meditativa, metida dentro de una estructura piramidal de barras metálicas, sin otro espacio que para sentarse de las piernas cruzadas con la altura justa para erguir el torso, vendiendo en grandes letras, pretensiosas: LA CASA DEL COMETA. ¿No era para bromear con Rita, pelito lindo y con muchas cualidades?...”Todo esto por dos australes”, se dijo, llegando sonriente al hospital.


6
La mesa es larga, hay buena luz, están casi todos. Los jefes, los médicos viejos, los más nuevos. ¡Mirá que aceptar venir si el mayor se quedó cubriendo la guardia! Suerte de novato, queva’chaché. Ese Chicho se está riendo como loco. Ya empezó a tomar antes de que sirvan la comida. Está alzando los brazos como cuando algo lo entusiasma o lo enoja. Que lo conozco. A él y a Fabián. Ahí está Fabián, los dos juntos como siempre. El es más tranquilo. Es más de sonreír. Agarra el vaso y le fija los ojos cuando lo hace, se detiene, como con vergüenza. No se sacaron los guardapolvos. Les gusta llevarlos fuera del hospital. Uno por impaciente, el otro por orgulloso. Casi hermanos. ¡Qué lindo grupo! Los hay pelados, canosos. Parece una reunión de caballeros ingleses que se confundió la ropa. Estos son los maestros que se rajan del hospital. Seguro que más adelante me espera lo mismo. Hoy por mí mañana por ti.

La comida está rica pero estaría más cómodo cenando en la guardia. Acá no tengo con quien hablar. Soy muy pibe para éstos. ¡Y siguen con la conversa!. No paran. Será su verdadero yo. Ahí levantan las copas. ¡ Ma’ sí, yo la levanto!

Chicho se sacó el guardapolvo. Está acalorado. Recién se aviva. Se despeina fácil cuando gesticula. Se ríe de algo del Halley y le prestan atención. Parece que algo aprendió. Yo creía que entre médicos sólo se hablaba de medicina. ¡Menos mal no es así! Hace ademanes con las manos. Mientras la derecha la mantiene abierta a la izquierda la hace un puño y las acerca hasta que las dos se chocan en el centro. La derecha envuelve a la izquierda y luego explotan. Casi se para y arrastra la silla del entusiasmo. Parece que dice fechas y nombres asiáticos, árabes y chinos. Toma cada uno de sus dedos para enumerarlas. Está alcoholizado pero se controla. Lo suficiente para divertirse. Cuando hizo lo de la explosión todo el mundo de rió. Habla tan alto que un mozo se acercó para escucharlo. Total a esta hora no hay nadie. ¿Desde cuándo lee este tipo? Si lo único que le interesa es la minita que tiene engrupida. Hoy está acá de milagro y haciéndose el astrónomo. Estaría bueno que hablara de ella. De cómo se la mete. Todos estarían con la boca abierta y calladitos. Yo también. ¡Y los ademanes! Bueno, ya estoy boludeando. ¡También con este tufo a cigarrillo! A ver si tengo laburo cuando vuelva y no puedo dormir. Chicho y Fabián seguro que llegan y apoliyan. ¡Para qué carajo dije que sí!

Ahí está la mina. Se nota porque es linda y está arreglada. Se ve que lo quiere conquistar. Le toca el hombro y Chicho se deja de reír. Se puso nervioso. Hago un repaso a la mesa: los demás están hablando entre ellos. Lo del Halley ya pasó. Lo miran de reojo. El único que me ha dado la espalda es Fabián. Sé que lo mira francamente. El ya sabía lo de Rita pero esto lo ha tomado por sorpresa. Apoyó su brazo contra el respaldo. Está blanco, por el guardapolvo. Su pelo sigue prolijo. Por un momento no me deja ver a Chicho. Rita Bonita se lo lleva. Se nota que tiene que decirle que está embarazada, que éste es un problema de los dos. Que deje a la mujer que no quiere. Que ella no puede quedarse sola. Se nota que ha pensado exactamente lo que le va a decir. Se nota que Chicho lo sabe. Por eso está pálido y ojeroso. No por el alcohol. Salen juntos. A Rita se la ve igual, no se altera. El mismo gesto, la misma marcha, como una escena de teatro o de tango, tomados del brazo, salen como disimulando su propia soledad. Chicho no está dispuesto a creerle. Está seguro de que la va a dejar y ya está maquinando cómo hacerlo. Rita lo sabe. Para algo han estado juntos durante dos años. Ella apuesta que hasta ahora a sabido manejarlo. Le dará más cosas si se queda con ella y si no le hará una escena. Tiene sus habilidades. Y no faltará un amigo que le de una mano. Chicho también lo sabe y...¿dije que Chicho iba a dormir esta noche?


7
Página 17. El terror de 1.910.El encabezado. Nada queda igual cada vez que el cometa visita nuestro planeta. Y esto lo hace cada 76 años. El informe científico de que la Tierra debería atravesar la cola del Halley provocó una ola de terror en varias partes del globo. Nuestro mundo occidental se había instalado en todas las naciones y marchaba sobre ruedas. La amenaza alcanzaba a todos. Por otra parte, en Francia, Camilo Flammarion publicó un libro de ficción llamado EL FIN DEL MUNDO en donde auguraba “una elevación de la temperatura capaz de incendiar la atmósfera”.Fue bastante para que se iniciasen largas procesiones pidiendo misericordia y para que los oportunistas lanzasen una píldora que cortaban los efectos de los gases venenosos que serían liberados Ahora empieza. Estamos en 1.909. Los más modernos medios de investigación astronómicos son accionados por los astrónomos que revisan juntos los largos tubos de sus telescopios. Ahora por primera vez, la emulsión fotográfica, muchísimo más atrapante que el ojo humano pasa a ser largamente empleada. Fue un profesor alemán, uno de los más conceptuosos de la época quien tuvo el privilegio en el mundo de encontrar al cometa. Utilizando un telescopio grande del Observatorio de Heidelberg-Konigstuhl, al observar la placa fotográfica obtenida la noche del 11 de setiembre, Max-Wolf reconoce el cometa como un punto difuso perdido en medio de un millar de estrellas. Su distancia a la tierra era entonces de 512.000.000 de km., más allá de la órbita de Marte. Se indicaba inicialmente que esta aparición sería memorable, pues el cometa en razón de su excepcional proximidad a nuestro planeta, aparecía grande y brillante y la posición de la tierra y el cometa en sus órbitas haría que nuestro planeta entre los días 18 y 19 de mayo tocara por algunas horas la cola. Mecacho. La simple alusión del tema que la tierra atravesará la cola del famoso cometa no representa en realidad ningún peligro, pero genera una ola de aprensión y temor a la otra página...página 18 en varias regiones del globo. Se suceden las explicaciones de los astrónomos sobre la existencia de cualquier peligro, pues la cabellera que envuelve el núcleo del cometa estará a 8.000.000 de km de la tierra pavada y la sutileza del material de la cola es tal que no causa ningún problema a nuestro planeta . Así dicen por dos veces consecutivas (1.819 y 1.861) que la tierra tocará la cola del cometa sin ser molestada. Y completaban los astrónomos: la observación de algunos claros de la aurora, con una eventual incidencia de meteoros es lo máximo que podrá suceder. Palabra santa. INCENDIO EN LA ATMÓSFERA. Esto hizo que la humanidad que vivía en plena edad Moderna se dividiera entre quienes aceptaron las explicaciones de los científicos y en quienes se desarrollaría el pánico a medida que pasaba el tiempo. Los loquitos de siempre. La presencia de un gas altamente venenoso en la cola de los cometas es detectado poco antes, en 1.908, en el cometa Morehouse, hace recrudecer más los temores. Y para completar la intranquilidad aparece El fin del mundo, editado en 1.893, en Francia, el centro intelectual de aquella época. Estaban relocos. “Tal metida en el océano cometario por diáfano que sea, no podría dejar de acarrear como primera e inmediata consecuencia, atento a los principios termodinámicos acá recordados, una elevación de la temperatura capaz de incendiar la atmósfera. Es el peligro se me figura más grave. ¿Y a éste le creyeron?. Es el peligro se me figura más grave. Ya lo leí. El fin del mundo se puede dar por intermedio de la atmósfera. Hidrógeno y oxígeno arderían combinados con el carbono del cometa. Permaneciendo el globo terráqueo enteramente envuelto por la masa cometaria masa, linda palabra, durante siete horas más o menos, todo calculado, al girar ese gas incandescente y la abundancia de las precipitaciones producirían el incendio; el mar en ebullición sobrecargará la atmósfera de nuevos vapores, una lluvia torrencial sí está loco efervescente se precipitará en cataratas y huracanes surgiendo de todos los cuadrantes, estallar de rayos y truenos; no puedo seguir leyendo estas boludeces. Pronto la estopa está encendida. Escriben para la mierda. Una verdadera psicosis colectiva se apodera de nuestro planeta. Ante el pavor que se apodera de las página 19 masas, en todas partes se forman largas procesiones Filas interminables se forman en los confesionarios y los pobres vicarios se alternaban y sucumbían ante tanta fatiga. Giles. En estados Unidos el grupo de la secta “Select Followers”horrible el nombre iba a sacrificar a una joven con cuerpito lindo pelo largo acostadita para librar a la tierra de la ira del cometa y de su fin y fueron detenidos boludos. En ese mismo lugar, en otra ciudad, aclaremos se ponen a fabricar y vender píldoras destinadas a cortar efectos maléficos del envenenamiento apocalíptico esto es un asco página 21 OTROS PASAJES HISTORICOS. 689ac,615ac, 539ac Datos establecidos por computadora. No fueron descubiertas anotaciones sobre la aparición del cometa en esos años. La época precisa de su entrada al sistema solar constituye aún hoy, un enigma. 466-465ac Visto en China en noviembre del 466ac a febrero del 465ac¿cómo cómo? a... sí, no están cambiados. Relatado por Aristóteles (381-321ac) ya me marean en su famosa obra “Historia de la naturaleza”, por Plinio (23 a qué se yo) y Séneca ( este es del 2 al 62, más sencillo). Bueno, la cosa es decirlos al revés 11ac Observado intensamente en China y en Roma del 26 de agosto al 28 de octubre. Según el historiador Pingré “El estaba suspendido sobre la ciudad de Roma, seguido de numerosas pequeñas velas ¿? En su historia de Roma, seguido de pequeñas velas, D. Cassius escribe en 1.606 “Antes de la muerte de Agrippa, se vio a un cometa durante varias noches pasando sobre la ciudad de Roma”. 66dc este es d-c Observado del 31 de enero al 11 de abril, en China y Europa. Descripto por M Caesius y visto por Josephus ¡basta de nombres! 141 Observado en China del 26 de marzo a principios de mayo. 218 Visto con una “brillante y punteada cola” durante 20 días entre abril y mayo. Según Pinagré 295 Descubierta por astrónomos chinos la constelación de Andrómeda y observada intensamente a la 22 en el mes de mayo. 374 Observado en China a partir del 18 de enero. Descubrimiento de la constelación O O esa es una f Ophiuchus. 451 Notable aparición qué bárbaro: Observado en China y en Europa y siempre son los mismos por primera vez el día 10 de junio, al amanecer, hasta eso se saben. Ahora las descripciones insertadas en el Anais Chineses, consta de crónicas de Atila, rey de los unos. El cometa preanuncia su derrota en Chalons, por el general romano Actius quién lo conoce a éste 53 el más largo período conocido del cometa: 79,4 años observado en China el 4 de abril al norte de la constelación de Fue observado del 6 de setiembre al 4 de octubre. En China 760 Fue observado en China y en Europa Según Pinagré,”Un cometa brillante, imitando la figura de una viga”éste qué estaba mirando 837 Una de las más notables y quizás mayores apariciones de que se tengan noticias tutururuturú pues alcanzó la magnitud qué se yo. Casi tan brillante como el planeta Venus fue en esa ocasión cuando más se acercó a nuestro planeta esto está interesante (6.000.000 km), provocando debido a la masa de nuestro planeta, una sensible modificación de su órbita. Lo jodimos. Los relatos históricos son interesantes. Los chinos los comunistas observaron: “Es una regla constante que cuando un cometa aparece al amanecer, su cola está siempre al este o al oeste cuando está en el crepúsculo.” ¿Y eso?. Es la primera anotación de que la cola dice Debido a las funestas predicciones astrológicas, causó gran temor en el rey Luis I de Francia estaban todos locos se hacían el bocho por cualquier cosa. Fue visto en China, en la constelación de Leo, 989 en China 1066 El cometa retorna en gran estilo. La aparición es mencionada en muchos documentos históricos y está perpetuada en el célebre tapiz de Bayeux Según cronistas ingleses guió al ejército de Guillermo el Conquistador, Visto en Europa de color rojo. Nuevamente una aparición sensacional. Observada en China, Alemania, Roma, Noruega y muchos otros países no en Europa. 1456El cometa retorna grande y brillante, justamente en la época de la guerra de turcos y cristianos. Los cristianos ven en él una cruz y los turcos un alfanje se pudieron poner de acuerdo carajo. El pa página23 papa Calixto III ordena tocar las campanas al mediodía e instituciona el Ángelus cuyo texto es acompañado por un diseño del cometa déjame de joder!. Excomulga al demonio, a los turcos y al cometa. Para algunos historiadores fue el cometa el que hizo nacer las actuales Ave María de las 18hs. Más cagones que la gente. Por eso muere Alfonso rey aragonés/ muertes venidas de otras tierras/ especialmente el rey de Nápoles con gran enfermedad/ Cristiano, rey de Dinamarca, conquista Suecia/ el rey Casimiro de Polonia, sitia Mariaqué Mariaeburg”.
¿Y acá que puede pasar?...¡Ya sé! –abrió grandes los ojos, acomodó sus manos entre la cabeza y la almohada, la revista tan rápidamente leída dejada a un lado; sin ningún gesto penoso, apostó-: el Plan Austral, ¡va a fallar el Plan Austral!


8
-Hospital... no señora, el doctor Gutierrez no puede venir. Está operando. Cesárea...no, no le estoy entrando en detalles. Que sí, que se opera mucho en éste hospital, aunque es chiquito... si, no se preocupe, señora, sí, la llama de inmediato.
-Hospital...sí, dermatología atiende por la tarde, pero tiene que venir a sacar turno ahora… ¿Vio?, se terminan prontito...De nada.
-Hospital...¡cómo una urgencia? Déme el nombre...¿y la edad? ¿Dónde vive su esposo? Sí estoy tomando nota, ya le mando la ambulancia... Doctor López, doctor López, lo requieren con urgencia en el hall central (espero que el buscapersonas sirva). Dr López, dr López, presentarse con urgencia en el hall central (o viene o lo llamo a la pieza. Mejor lo llamo a la pieza...).
Bajo los grandes portones verdes del hospital, siempre abiertos, la vida se entrecruza con cada persona que pasa. Una pequeña y vieja mujer, encorvada su columna, está dispuesta a entrar. Más ágiles, dos hermanitas corretean cerca. Esperan a su madre quien viene con otro hijo, inválido, en su cochecito. Adentro hay gente. El hall se continúa en largos pasillos que llevan a los consultorios, pero hay que detenerse allí, frente a “Estadística”, para asegurarse el turno, buscar la historia y proseguir al interior. Es mediodía y ya empieza a llegar el público de la tarde, todos quejándose del calor. Hay una camilla detenida, la gente trata de evitar la curiosidad, pero el hombre está raquítico e inexpresivo; el suero fue puesto sobre las sábanas, a la espera del ascensor, amplio, de puertas pesadas, que debe abrirse con un fuerte empujón. Nadie está de acuerdo en estar allí. Sólo el hombre del conmutador que le gusta hablar. Alguien le pregunta dónde está el buffet. “Está al fondo, por el pasillo central”. Son familiares de un internado; llegaron por la mañana. Las empleadas de estadística bajan historias clínicas a medida que logran dar los turnos. Algunos hombres se impacientan, pero hay que esperar a que se empiece a atender. Este mediodía la concurrencia no es mayor que en otros. López pasa rápido con su maletín. Tiene un chaleco con cuellito a lo Mao, blanco, pantalones también blancos. Se lo identifica fácil: ya es típico verlo pasar. Muy probablemente vuelva con el paciente acostado en una camilla y entrando a los tumbos ayudando al chofer, ambos transpirados.
“ Gutierrez no está para nadie. Eso me dijo. Ni para le esposa, también me dijo. Pobre Chicho, que lo conozco de pendejo. Está jodido, algo le pasa. Más que seguro cosa de polleras. ¡Ojalá la sepa gambetear como Maradona!”.

Pero hay un nuevo visitante a la entrada del hospital, inesperado. Una masa incandescente brilla hasta dañar los ojos. Es como una cabellera de fuego, ondulada, que acompaña un viento cósmico. Penetra hacia el mundillo de gente y se generaliza el terror. Los rostros, unidos por el miedo, palidecen pero lo hacen lentamente, abriendo las bocas; los mismos gritos están imbuidos de esa lentitud. Las manos se van alzando; defienden de la luz penetrante. Hay sorpresa que se transforma en un gesto interminable. El tiempo universal convierte nuestros movimientos en pesados y previsibles, como al salir de un sueño profundo. El cometa observa sin dañar. Ha entrado allí buscando a una sola persona.

-Fabi, hacete unos mates que tenemos que conferenciar entre vos y yo.
Solos, el comedor de la guardia para ellos. Chicho sabía que iba a explotar. Fabián tiene un pequeño tic, un pestañeo que ni él reconoce, deja un libro en la mesa, alisa el cabello, se levanta hasta la cocina. Infaltable, la yerba facilita las palabras. Chicho empieza, no espera. Le dice:
-Fabián, estoy cagado.
La vista choca con la parecita que los separa.
–¿Me oís? Esa guacha de Rita quiere que me vaya yo con ella.
Aunque parece contenido, los brazos y puños se tensan. Su mano derecha toma la frente rozándola en un abrir y cerrar espasmódico. Enojado o alegre, no es un hombre de movimientos lentos.
–Acercate, Fabián que te explico, che, se acabó todo.

El viento cósmico arrastra las historias clínicas desde los estantes de la administración haciendo que floten en el aire. Se ven los movimientos de huída de la gente. Las madres alzan sus bebés de los cochecitos. Otras escapan con sus hijos en brazos. Las polleras se levantan. Por el lado de los hombres vuela alguna boina y un sombrero. Pero la película corre sin prisa. Hay temor, horror, aunque pareciera que donde pasa el cometa desaparece todo sonido, o es la voz tan lenta que no se reconoce. Como la luz de un relámpago se vuelca a un pasillo, pasa por la puerta de la sala de guardia donde, casi sin movimientos visibles, los médicos y estudiantes buscan salvar la vida de un moribundo; están pesados, ellos también sin saberlo. Les ha pasado un rayo de luz bajo la puerta. Nadie creyó que fuese real ni hicieron preguntas innecesarias.

Cuando Fabián se animó se acercó con la pava hacia su amigo. “Tarde para explicar”, pensó en realidad. Pero buscaba las palabras justas, que lo ayudasen. “¡Dale, hombre, dale!, sacátela de encima”…”¿No la querrás, verdad? serías muy estúpido... Comprobá lo que te dice y terminala para siempre”. Sabía que algo de eso debía decirse. Siempre preparaba sus palabras y ahora, mientras se acomodaba en otro banco al lado de su amigo, desplegando toda su habilidad, hinchando la yerba, ubicando la bombilla con una suavidad tensa y compulsiva, se relató nuevamente a sí mismo lo que le iba a decir.
– Rita me quiere hacer creer que la embarazé.
Fabián no se sorprendió, estaba preparado y se animó a mirarlo. Algo debía suceder.

El largo pasillo hasta su final estaba impregnado de un amarillo luminoso. La gente en el hall central, si aún estaba ahí, recogía las cosas del piso, recuperando sus movimientos naturales. Por lo menos la tarea era obligatoria para las empleadas y los empleados. Era un automatismo frente al terror no descifrado, ese inmiscuirse del universo con nuestras cosas, con nuestro pequeño tamaño. Alguien gritó histéricamente ordenando tranquilidad. Un movimiento como de hormigas pondría las cosas en orden. El vuelo cometario siguió por un segundo pasillo, el que va a los dormitorios de guardia. Podría haber quemado, intoxicado, extinguido, destruido, pero su objetivo no era ese. Firme ante los siglos, desplegando velocidades siderales.

-Eso no es verdad, vos lo sabés. Siempre te cuidaste -por lo menos era empezar por un principio la conversación.
- Claro que lo sé. Nunca me falló cuidarme, ¿cómo iba a ser ahora? ¡Más bien! - sentenció firmemente el otro.
Sintió que no habían empezado bien; ¿de qué manera hacerlo?: - ¡Dale, hombre, sacátela de encima!.
-¡Pero me vas a ayudar o no! ¡No me digas lo que sé!
“¡Olvidala, no aparezcas más!”, Fabián aconsejaba por dentro. Ambos mordían la bombilla a su turno. Aspiraban como tocando una trompeta que daba un sonido deforme. El mate volvía con cada palabra. La palabra iba en él llevando el mensaje de que Rita era la mujer más difícil del mundo. La certeza de que todo se iba a perder si el secreto salía de las paredes de ese hospital hacia la vida real, donde estaban Pamela, su hija y su pequeño esfuerzo de ser un hombre completo… En ese momento Halley tronó en la puerta del recinto. El viento cósmico comenzó a ventear y despeinar. El aire se esculpió en llamaradas de fuego. Fabián, cuidando inconscientemente su cabello alzó la voz para preguntar: - ¿¡Y qué pensás hacer, Chicho!? Entonces Chicho lo supo; acababa de llegar la respuesta. Mirando hacia la puerta, sus ojos se abrieron como quien está absorto ante el mar con una sonrisa de satisfacción. En un simple acto, quizás obligándose pero sin esfuerzo, le respondió a su amigo:- Voy a fotografiar al cometa Halley.
El “¿qué?” desorientado de Fabián no pudo escucharse. Quizás por quedar oculto en el sonido cósmico, quizás porque la palabra apareció en ese mismo instante en alguna otra parte del universo.


9
Siempre hemos sido buenos amigos con Chicho. Mirá que la hemos pasado bien...y mal. Nos conocemos de la secundaria. Pero fijate vos, yo estudiaba en el Industrial y él en el Nacional... Lo que pasa es que nos conocimos en un boliche para los 70. El andaba con unos tipos que conseguían marihuana. Eran medio locos, entre comunistas y seudohippies. Fumaban juntos un porro. Bueno, no importa, el hecho es que me agarró la curiosidad de verlos tan raros y yo, que algo había tomado, bué, me acerqué. Terminé siendo amigo de Chicho, no de los otros. El era más natural. Se llama Sebastián pero le dicen Chicho, creo que es una costumbre de familia. Nunca escuché que en ningún lado lo llamasen de otra manera... Nunca fue un drogadicto ni un hippie. El se divertía. Por eso me duele lo que le pasa. En Argentina para ser médico tenés que ser muy formal y él no sirve para eso... Bueno, a mí no me cuesta, para mí es otra cosa. Al final terminamos saliendo juntos a los boliches pero cuando nos aburrimos preferimos ir a los recitales de rock del club Atenas... Si, en la calle 13. Desde la Pesada de Billy Bond,¿te acordás de Pinchevsky?. A ellos los vimos en el Opera... en la calle 59, parece que no conocieras La Plata, muchacha. Bueno, en Atenas vimos a León, ¡a Sui Géneris!, a Litto Nebia, a Color Humano,a Spinetta que estaba más loco que una cabra, ¡hasta a Serrat, qué se yo! Este seguía consiguiendo marihuana cada tanto así que me convidaba. Después pateábamos toda la noche. Alguna vez terminamos en un cabaret. ¡Viste cómo es uno cuando es joven!... Bueno, sí, salíamos con chicas. Sí, nos divertimos. Más por locura de él por decir verdad. Por eso entiendo lo que le pasa. Mirá, hasta se metió con una vieja –para él, por supuesto-, que lo tenía agarrado. En ese tiempo andaba medio depre. Eso fue allá por el 73. Medio que volvió a los viejos amigos. Yo en el 72, contra los milicos, lo había visto en alguna manifestación que fui pero, como se dice, mucha bola no me dio. En el 73 se fue a Ezeiza.¡No sabés lo que me contó después!¡ La gente colgada con alambres de los árboles! De terror. Ahí recapacitó... Si, nos hicimos un viajecito juntos, a dedo, a Brasil. También fuimos al sur, a Esquel... ¿Qué querés, que te cuente todo? ¡Te estoy explicando cómo es Chicho, nada más!. Resulta que dejó a esa mina pero por un tiempo no nos vimos. Después nos encontramos en la facultad. El llevaba un año menos que yo... porque se había metido en Bellas Artes para la época de Isabel, pero entre el bajón que tenía y el golpe militar, que cambió todo, dejó y se vino para medicina. Al rato andábamos con pelo corto y estudiando. Algunas materias las dimos juntos… Eso lo mató. Se metió mucho en la carrera. Algo igual nos divertimos juntos. ¡Ah!, por ejemplo en el Mundial!. Eso estuvo bueno. Lástima que después saltó todo. Para las Malvinas también salimos a la calle. Otra macana. Bueno, en eso él se fijaba en las Madres de Plaza de Mayo, en Pérez Esquivel, la preocupación le salía ¿vos me entendés?... Bueno, te lo acepto, era menos tonto que yo. Pero seguimos estudiando. Después le creímos a Alfonsín que con la democracia se estudia, pero eso sí, al Nunca Más ninguno de los dos lo pudo leer... Claro, por temor a sufrir, pero fijate vos cuántas cosas pasaban ¡y nosotros estudiando!... Desde que hicimos gineco; desde ahí estamos juntos otra vez. Ahora siempre nos vemos en el hospital. Yo te conozco a vos desde que empezé la facultad, por eso a Chicho no lo conocés bien. En aquella época no éramos... como se diría...tan amigos... Bueno, está bien, vos también sos lúcida y me contabas cosas. Pero te metiste con Alfonsín y tan bien no le va. A lo que voy es que Chicho a esta altura ya está casado con Pamela y nosotros seguimos de novios. Eso te muestra que no piensa lo que hace... No por haberse casado, entendeme, porque no mide las consecuencias; sigue siendo igual que cuando lo conocí... Bueno, sí, no la pensó tampoco cuando se metió con la otra mina. Pero no es mal tipo, ya te expliqué como es... No lo defiendo, no nos peleemos por favor por eso. De última yo lo quiero. A mí lo que me jode, y te lo digo así... Bueno, uso mis palabras: “lo que me molesta” es verlo otra vez desinflado, deprimido, porque también quiero que vuelva con Pamela. Ya se metió por un camino. Pero en vez de corregir lo que hace da vuelta la cara, ¡parece un ñandú!... Quiero decir que se va; no sé, ¡a Jujuy, a Salta!, quiere encontrar un buen cielo para fotografiar el Halley... Sí, un día vino, me mostró una revista con un mapa celeste y el recorrido de ese cometa, después están las técnicas para fotografiarlo y el boludo...bueno, lo puedo decir, ¿no?, se fija en eso y no en su matrimonio...Te guste o no te guste, Chicho es mi amigo ¡y no puedo evitar que me joda lo que le pasa!...bueno, no fue nada…dame un besito... Dale, te invito a pasear.
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10
“Que sos estúpido, Chichito”. Recostada en su cama se la ve blanca y suave. Práctica, inquieta, pensante. Sus amores: el espejo, el camisón, el pucho. El humo del pucho. Mirar el techo. Esquivar la mirada de los viejos muebles heredados. Muy probablemente el humo del pucho y pensar. Esquivar recuerdos también. El foco amarillo en el techo. El ambiente solitario de la pensión. Los sonidos pasajeros, estridentes, desde la puerta. Salir de la adolescencia sin los verdaderos logros de mujer. El antiguo mandato bien podría estar allí: el fantasma de su madre, la presencia estancada y penetrante. El odio a los dolores del parto, el odio al hombre que nunca expresó. La pequeña venganza, ingenua y torturada, a través de una hija preparada para ser deseada, nunca amada. “Que sos estúpido Chichito, me perdí dos años con vos”. Tenía el cenicero y los cigarrillos en la mesita de luz. Quebraba un cigarrillo cada vez que pensaba mucho y de inmediato, con movimientos de autómata, encendía otro. Incorporarse levemente, rasgar el fósforo, observando el ondular de la llama, el sonido brusco que rompía su rutina. Y en el aspirar profundo, atrapando entre sus labios el filtro, recuperando el deseo de aplastarse sobre el colchón, lograba en el humo espirado pensar, concentrarse. Arriba llegaba disperso, solitario; y a las esquinas de las paredes se le ocultaban sus viejos colores. “Chichito, antes te jodo”. Se formó una imagen. Vio en el techo a Pamela abriendo la puerta de su casa, su hijita probablemente oculta detrás de ella. Atendía en la puerta a un desconocido. Este le habló, le daba un mensaje importante. Pamela reconoció en él un presentimiento, digamos que como negado. Su rostro fue oscureciéndose hasta desaparecer entre las volutas de humo. Otra imagen aparece. Abre la puerta de su cuarto, en la pensión. Es Pamela, inquisidora, nerviosa, bien arreglada. Mostrando en su aspecto que es la esposa del doctor. Rita finge no comprender lo que le dice. Luego finge comprender. Se toca levemente el vientre. Disfruta su triunfo con esta mentira. Es más atractiva que Pamela, cuando luce su camisón rosa.




EL SEÑOR I.
“¿Tiene corazón este camino? Si tiene,
el camino es bueno; si no, de nada sirve.”

1
Este era su primer día de trabajo en la Facultad. Abrió lentamente una de las gruesas puertas de entrada por donde se vislumbraba al interior un largo y muy ancho pasillo, de paredes pintadas con un tenue color celeste, o tal vez gris, pues eran mal distinguibles por la insuficiente luz. A él daban, de ambos lados, numerosas puertas altas, cuya terminación oval se realzaba con algunos arabescos de color claro. Todo esto pudo notar desde la entrada de la Facultad, cuyo interior homogéneo y sombrío, hasta brumoso, lo desdibujaba la falta de ventanas y una incorrecta iluminación artificial.
A lo que se podía ver todas estas puertas estaban cerradas. Sin embargo y ante la soledad reinante, pues no se veía a ninguna persona, se alzaba un murmullo que el señor I sospechó provenían del interior de las aulas, que no tenía un origen preciso pero parecía ser provocado por una aglomeración de personas dialogando. Animóse entonces pues debía presentarse en su nuevo trabajo y dio unos pasos hacia adentro. Entonces oyó, en contraposición, otros pasos, firmes, agudos, sonando desde el fondo, lo cual le despertó una alegría casi infantil. Distinguiendo una especie de sombra al final del extenso pasillo adivinó la entrada a otro, lateral y tan pequeño que parecía disimulado, desde donde apareció una figura de mujer acercándose decididamente. Entre la penumbra su vestido lucía de colores opacos y poco vistosos, con una falda amplia hasta las rodillas. Era delgada de cuerpo pero exagerada en las caderas y de movimientos seguros; con naturalidad llegó hasta él haciendo ademanes y saludándolo cordialmente.
- ¡Usted debe ser el nuevo mensajero! -le decía aún a lo lejos, sonriente-, ¡sea usted bienvenido!
Creyó sentir que el murmullo se intensificaba con aquellas palabras y cada vez que ella pasaba cerca de una de las numerosas puertas. Cuando estuvo de frente y la pudo mirar con claridad vio que quizás le doblaba en edad pero que a pesar de ello y de no tener ningún rasgo favorable, ser bajita y menuda, era seductora. Creyó entonces que debía presentarse.
-Mucho gusto, señora...-dijo mientras le extendía su mano- Mi nombre es Carlos I. Siendo mi primer día de trabajo en esta Facultad le suplicaría que me presentase a las autoridades y a mis nuevos compañeros y quizás también a esos profesores que están dando clase en sus aulas- se expresó así intentando exagerar formalidad con un leve movimiento de sus manos y de éste modo causar una buena impresión.
Cuando se refirió a los profesores pareció reconocer en la mujer una mirada de complicidad, algo no interpretable durante ese primer encuentro. Su respuesta le restó importancia al discurso del señor I.:
-Muchacho, el señor Dill y el señor Hill normalmente están muy ocupados y no suelen atendernos. Con gusto le presentaré al resto de sus nuevos compañeros. En cuanto a esas puertas no les preste usted ninguna atención pues no está destinado a ellas. Bienvenido entonces. Yo soy la señorita Sara Boncul y ahora sígame por favor si es tan amable.
Con estas palabras que marcaban la diferencia de edad y de jerarquía en ese sitio, apenas habiendo estrechado su mano, dio la vuelta hacia el fondo sin esperar respuesta.
La siguió antes de que ella se perdiera en el pasillo. Su cabellera larga estaba unida por una cinta, bamboleándose a su paso a uno y otro lado de su prominente cadera. Pudo comprobar que los murmullos se acentuaban, ocupando todo el ámbito, cada vez que la mujer pasaba por las puertas laterales. El señor I. entonces los percibía con más detenimiento y hasta disminuía apropósito su marcha para poder hacerlo. Parecíale ese sonido no ser más que la repetición casi incesante del nombre de la mujer.
A pesar de estar muy cerca una puerta de otra y de poder observarlas muy bien, le llamó la atención no reconocer ninguna diferencia entre ellas. Todas tan parejas, altas, con el arco superior rematando en un relieve redondeado pintado de un color casi blanquecino y sus puertas dobles, macizas y cerradas. Distinguía con nitidez filtrarse luz por la parte inferior interrumpida por un vagar incesante de sombras inquietas, como si en el interior de aquellas aulas las personas deambulasen nerviosamente. Terminando el recorrido llegó al otro pasillo, mucho más bajo y estrecho, que formaba, hacia la derecha, un ángulo recto con el anterior. Una puerta doble, a cada lado de él, prodigiosamente altas para el lugar, daban a las oficinas administrativas, hasta el momento silenciosas y oscuras. Y cerrando abruptamente el corto pasillo, otra, muy ancha para el reducido espacio, ocupaba toda la pared llegando al mismo techo. Estaba pintada de un caoba intenso y era muy sólida; remataba por algunas partes en relucientes adornos dorados. A su lado observó una chapa, ubicada muy alta en la pared, tan engrasada que no alcanzó a descifrar sus inscripciones, contrastando con el lustroso metal de la puerta. Hecho sólo comprensible, pensó, considerando un descuido en el aseo por parte del personal. Sara Boncul aguardaba a la entrada de la oficina de la derecha. Antes de seguirla, Carlos I. se animó a pensar que podría adaptarse al lugar sea como fuere; a pesar de su juventud siempre lo había hecho en sucesivos trabajos que si no resultaron fue debido a circunstancias especiales más allá de su capacidad.
Luego penetró en un cuarto sorprendentemente iluminado y excesivamente amplio, al que limitaba un ancho mostrador de madera, en forma de L acostada , ubicado tan estrechamente cerca de la puerta que no quedaba lugar para que esperasen juntas más de dos o tres personas. Del otro lado había un solo empleado, sentado en un pesado escritorio alumbrado innecesariamente por un velador, pues alcanzaba con la luz vertical, revisando ensimismado uno por uno los papeles que se hallaban a su alcance. Al parecer no había nadie más, situación que no se podía descartar por la presencia de enormes estanterías cargadas de papeles y carpetas de distinto grosor que ocultaban de la vista el resto de la sala.
- Angel,¿tendrías unos minutitos para dispensar a nuestro nuevo compañero de trabajo? -dijo Sara apoyando sus senos sobre el mostrador, rozando con ellos la mano derecha del señor I., que también se apoyaba en él. Este la afirmó contra aquellos. Sin tomar en cuenta esta maniobra le dijo al joven: -Angel Porco ha sido el mejor jefe de personal que ha tenido nuestra Facultad -y detuvo sus seductores ojos sobre el flacucho recién llegado.
Sin prestarles mucha atención, el señor Porco, de aspecto obeso e impecable camisa blanca, resopló haciendo bailar su mechón de pelo para luego ir a buscar unos expedientes que en general eran todos gruesos y se alineaban en las abultadas y espaciosas estanterías.
-Aquí está, sin más remedio -se dijo, y tomó una delgada carpeta de no más de tres hojas, haciendo un gesto adusto de desempolvarla como tratándose de papeles muy antiguos y poco usados, lo cual no era cierto, debido a que se trataba de una carpeta nueva. Se acercó a la pareja y continuó:-Señor Carlos I., 17 años, función: cadete, es decir: mensajero, domiciliado en tal y tal lugar de la ciudad de La Plata, donde nació en el año 1.963. Póngase cómodo, muchacho, está todo en orden. -Y recién fijó sus ojos en él. Entonces Sara Boncul irguió su cuerpo separándose del mostrador. Era el momento de irse; Sara lo señaló con un ademán. Un último vistazo le mostró a un hombre sobrepasado con tantos expedientes, escuchando al final una especie de “¡Uf, nunca terminaré de ordenar esto, empezaré de nuevo!”, y después pareció escuchar: "¡Sara, cuando quieras podés venir sola!", mientras que al cerrarse la puerta se oían solo murmullos y en su filo inferior aparecieron luces y sombras de movimientos inquietantes, como el de numerosas personas interrumpiéndose el paso.

De repente escuchó gritos. La puerta de la oficina de enfrente, la de menor importancia, estaba abierta. Asomó el cuerpo con timidez. Reconoció a Sara entre las sombras moviéndose agitada por una habitación oscura. Finalmente ella abrió una ventana altísima con una celeridad que delató una fuerza desmedida. Con la luz descubrió la figura de un hombre sentado en un taburete alto, recién comenzando a despegar los codos de una amplia mesada, intentando seguir con sus ojos apenas abiertos el movimiento de su compañera. Era pequeño, de nariz prominente, amplia calva y con el resto de cabellera de color muy negro (con el tiempo pudo comprobar la pasión de este hombre por las tinturas).Estaba enfundado por un saco holgado y no daba la impresión de disposición al trabajo. Aún así lo rodeaban sobre la mesada una cafetera y una pava de proporciones exageradas, abolladas por el uso, con asas muy grandes, difíciles de levantar por una sola persona y un ejército de tazas y platos apilados aquí y allá.
-¡Sígame, señor I!- dijo la mujer intempestivamente, mientras subía ágilmente unas pesadas escaleras de madera pintadas de un opaco color gris celeste que pasaban exactamente, debido a la estrechez del cuarto, por sobre la cabeza del empleado y de los cacharros que lo rodeaban, notándose en éste el desagrado de los pasos, firmes, perturbándole el silencio. Pasando ligeramente Carlos I. hizo lo que se le dijo.
Llegados arriba el pequeño entrepiso comunicaba daba a dos cuartitos donde el aire era sofocante a causa de la evaporación de la pava siempre hirviendo; una pequeña ventanita en el cuarto más grande permitía asomar levemente el cuerpo y dominar de arriba la vista del pequeño pasillo del sector administrativo.
-Este es el cuarto de su jefe -le dijo Sara señalando precisamente a esa habitación. Se observaba un pesado y oscuro escritorio con su superficie cubierta por un vidrio, un sillón de cuerina arrugada y un armario metálico de color verde muy oscuro, cerrado- ... y este será el suyo -: estantería alta con tirantes de madera, poblado de papeles, talonarios y reciberos, un desgastado escritorio y una sillita del mismo material arrinconadas contra ella.
-Bueno, me voy -dijo sorpresivamente-... qué edad tiene usted?
- 17.
Sin decir nuevas palabras atrapó con una de sus manos la nuca del señor I., atrayéndolo con brusquedad hasta besarlo apretadamente con la boca cerrada, a la vez que lo tomaba por una muñeca haciendo apoyar su mano abierta en uno de sus pechos, pequeño y agradablemente duro. Sin esperar nada de él lo soltó y bajó las escaleras tarareando una canción alegremente, a la vez que se escucharon abajo unas estruendosas carcajadas seguidas por pasos subiendo impetuosamente los escalones. El cambio de escena se sucedió de tal modo y con tanta rapidez, que los gestos de Sara lo confundieron como para poder recibir con sobriedad a esos visitantes que se acercaban haciendo semejante barullo.
Aparecieron dos hombres de aspecto muy parecidos, altos y anchos de espalda, rubios y bien peinados, demostrándole gran alegría y agilidad. I. no sabía si sonreír él también o mantenerse respetuoso de esas personas con aparente jerarquía en el lugar (a juzgar también por sus trajes cruzados planchados en tintorería, sus lujosas corbatas y hasta por el detalle de unos pañuelos plegados en punta en los bolsillos del pecho, muy fuera de época).
-¡Bienvenido, oh, bienvenido señor I.!
-¡Nosotros somos sus actuales jefes!
-Compartiremos estas oficinas.
Mientras ambos coincidían en estirar sus manos para darle un fuerte y cordial apretón, lo que impresionó al señor I. como una pantomima de hermanos siameses.
- Me presento: yo soy el señor Luya. Alejandro Luya.
- Yo soy el señor Rogelio Botassi.
- Un placer.
- Un placer.
- Un placer, dijo el señor I. - sin atreverse a decir otras palabras, mientras devolvía tímidamente los apretones de manos.
- Bueno, ¡nos vemos señor IIiii...! -dijo uno como cantando graciosamente.
-¡Hasta lueegoo! -siguió el otro.
Ipso facto se retiraron ágilmente, corrigiéndose el pliegue de sus trajes y, mirándose, comenzaron a bajar entre carcajadas y pasos estruendosos.
-¡Señor Alejandro Luya, Alejandro Luya!¡Aleluya!
-¡Señor Botassi, señor Botassi!¡Señor Botas sí!
Y luego todo quedó en silencio.
Solo el vaho, el calor y un poco de sofocación.
I. se desplomó en su silla hasta recuperar el ánimo. Lo primero que decidió entonces fuebajar hasta la cocina y en todo caso buscar a alguien, aunque fuese a la peligrosa señorita Boncul, que le indicase cuál era la tarea que debía realizar en la Facultad. Con pasos rápidos descendió la escalera hallando la descolorida y húmeda cocina sin personal. El gran ventanal, aún abierto, evitaba sensaciones de encierro e iluminaba con claridad diurna el interior. Antes de llegar a la puerta doble (en ese lugar todas las puertas eran dobles) escuchó pasos acercándose. Entró el empleado de cocina, evidentemente su compañero de trabajo más próximo. Llevaba una gran bandeja metálica tomada con la mano izquierda; el saco se notaba muy holgado y pudo observar por primera vez su pronunciada calvicie y su nariz curva y unos ojos prominentes que le habían resultado desapercibidos (se recordará que a un comienzo este buen hombre se encontraba de perfil y en penumbras).
-Hola, Carlos, soy Juan Tepes, en realidad, no te ilusiones con esos dos que pasaron ni con la putita de Sara, nunca están por aquí. Si no hubiese sido por vos Sara no hubiese aparecido y sin esos gritos los otros probablemente no hubiesen venido. Ya ves, tu cargo no es tan importante como parece…- le dijo mientras lo acorralaba hacia el interior y luego le servía una taza de mate cocido sin consultarle, la que I. se bebió sin oposición-.Tu tarea será recoger las cartas que encuentres cada mañana sobre la mesa, anotar nombre y dirección del destinatario, fecha y hora de entrada y de salida en un cuaderno que también hallarás...por ahí!, y llevarlas al correo, que como buen platense sabrás que está de aquí a dos cuadras. Bueno, ¡sube, sube y empieza a trabajar!, y no te olvidés de hacer los mandados que se te pidan, especialmente los míos… ¡Ah, y podés decir mi apellido rápidamente y en forma repetida!...¡te va a causar gracia!
Este fue el primer día del Señor I. como empleado de la Facultad y el sucesivo tiempo que permaneció en ella (poco más de cuatro años) le sirvió, quizás, para comprender el significado de estas palabras.




2
Así fue que después de cuatro años, el señor I se despertó, bañada su frente en transpiración.
-¡Pibe, bajá, que Angel Porco te necesita!
Despegando la frente de la mesa ordenó sus papeles, mientras gritaba "¡ya va, ya va!", tratando de no hacer las cosas de apurado. Escaleras abajo Juan Tepes tamborileaba una bandeja con los mismos dedos que la sujetaban hábilmente a un lado del cuerpo. Estaba por comenzar su ronda de mate cocido para los profesores y eso lo ponía de mal humor. I. creía que ese tic evitaba que sudase como los demás. -Quiere que le hagás un mandado.- ¡Otro más!... ¿y ahora qué se olvidó? - La vaselina, pibe, siempre le falta… No jodás que todo el mundo me apura y andate. -¡Otra vez vaselina!...
-¡Carlos, pibe, te necesito! -dijo Angel Porco levantando y bajando papeles desde la tabla de su escritorio al pilón que tenía acumulado.-¡Si no fuera por vos, yo, que no me puedo mover de acá, no sé qué haría!... Andá y conseguime lo que dijo Juan y no tardés que termino y tengo una cita...
-¿Cuánto sale?
-No sé, no me acuerdo…
-Bueno. Tomá, 100 australes, la menstruación, pero no me pierdas el vuelto, que estos se ven solo una vez al mes, ¿eh?.
-No, Angel.
El hombre engordaba por lo que la conversación le generó un esfuerzo desmedido. Pero al volver a sus papeles, en el roce dinámico de subirlos, bajarlos y sellarlos en el escritorio, era completamente otro.

El vistazo de luz siempre lo mareaba cada vez que pasaba las puertas externas de la Facultad. Estas habían reemplazado hacía mucho, a un ventanal de la pared lateral del primer piso; una larga y angulosa escalera de cemento descendía a continuación, bordeando toda la pared del edificio, hasta dar con el suelo. El hecho era que la entrada a la Facultad se había aislado en años anteriores de la entrada principal por la que se ingresaba a la Universidad. De este modo, al salir, Carlos I. quedaba a la altura de los pinos del pequeño parque que la rodeaba, en el mísero descanso de la entrada, como cercado por la edificada ciudad, con un repentino sentimiento solitario ante el encuentro con el bullicioso mundo de la calle.
Una vez llegado al jardín se acercó a la vereda y cruzó la céntrica avenida 7, tomando hacia su derecha en busca de una farmacia para el lado de la calle 46. Esto significaba dar un rodeo, pero caminar lo hacía sentir un poco libre, aunque fuera cargando el típico traje marrón de empleado administrativo. La avenida neurálgica de La Plata era relativamente tranquila y de la mano de enfrente se instalaban todos los comercios (ya que de este lado, en las manzanas vecinas, estaban el Banco y el Correo). Cruzarla era para él llegar a otro mundo, a una enorme distancia. Una caminata lunar destinada al regreso pero que tendría así y todo su tiempo de exploración frente a cada vidriera, o a cada cara extraña, y hasta en las baldosas sueltas que salpicaban luego de la lluvia, para volver, como siempre, con la alegría recuperada, la mercadería apretada en la mano, casi olvidada y menos de 100 A en sus bolsillos (que vaya a saberse si le cambiarían).
Pero esa tarde, alguien lo miró atentamente desde la mesa externa de un bar, en la calle 7. Era un tipo con una delgadez que exageraban sus largos y delgados brazos sobresaliendo de un saco marrón. De pómulos salientes, ojos saltones, huesudo y aspecto triste, su pelo negro parecía prolijamente recortado a la antigua. La mano apretaba un vaso con cerveza, lleno hasta el tope y la botella, en cambio, a medio vaciar. Con temor, I. trató de pasar rápido sin poder dejar de observarlo. El hombre, viéndolo pasar, giró el cuerpo alargándose como serpiente y lo llamó: - I., no te vayas, acercate. Ante la duda de I., repitió: -Acercate muchacho que no te voy a hacer nada. I. tendía a obedecer porque así había aprendido pero sabía que un vagabundo, más si sabe su nombre, podría engañarlo. Finalmente se acercó y a una señal del extraño se acomodó en una silla. Trató de disimular la inocencia de éste acto fingiendo seriedad. Sin reparar en detalles, el hombre comenzó a hablarle, exaltado:
- Yo soy el señor K., ¿sabés?
- No lo sabía, señor.
- ¿No me conocés?, ¿no supiste nunca de mí?
- Bueno, si... ¡pero esa es una historia inventada!
- Inventada ¡tu abuela! Yo soy quien soy y lo tengo bien claro.
-...........
- ¿Querés cerveza?
- No, gracias, señor.
- ¿Una Coca?
- No señor...Mejor sí, una Seven-up.
-Yo no supe hacer en mi vida otra cosa que lo que hacés vos. Trabajaba en un banco.
- ...........
-Ahora que he muerto me dedico a tomar. Es más sano.
-No señor, ¡cómo se le ocurre!
-Es que ya nada me puede afectar, ¿no entendés?
- ..........
-Llevás años trabajando en ese edificio. En realidad yo lo veo como un castillo... ¡Ya tendrías que haberte ido a la mierda!
-No es tan fácil… necesito trabajar.
-Sí que es fácil... ¡Seguí caminando!... ¡No te detengas! Encontrar tu camino es mucho más importante que trabajar para vivir…las dos cosas nunca marchan bien juntas, ¿sabés?
-Bueno, señor, le entiendo, pero tengo que hacer un mandado, tengo que regresar... ¿Usted siempre viene por acá?
-Vine a este bar solamente a decirte algo y me vas a escuchar bien, señor I.: cuando te decidas a irte de ese castillo andate a Buenos Aires. Allá en la Recoleta vas a encontrar, escuchame bien, a un tipo grandote con el pelo cortito y mal peinado teñido de naranja. Te espera para un viaje muy largo ¡Si yo te parezco raro, vas a ver lo que te parece éste! El va a tirar el tarot para vos, te va a decir tu futuro...ah,y otra cosa...
- ¿Y ya me puedo ir?
-Si. Tenés que saber que Sara Boncul también fue amiga mía.

I. volvió ese día sin haber hecho el mandado. ¿Cómo se le ocurriría a un tipo que nunca sale de su escritorio que podía pagar con 100 australes un frasquito que no valía más de dos? Sabía que nunca se los iban a cambiar. Se lo dijo así a Angel Porco, inocentemente, con naturalidad, y luego se dio media vuelta dejándole el dinero en el mostrador. No necesitaba otra explicación, para sí mismo, que la de decir lo que debía. Tras cerrar la puerta no se escucharon los sonidos lujuriosos de otras veces. Tal vez, sí, un sonido amargo de gritos contenidos y las sombras moviéndose, agitadas, en el contraluz del piso. ¡Válgame Dios!, ¿no fue esto una humillación para un empleado jerárquico? Mientras tanto I. subió alegremente hacia su oficina, con la ilusión de algo nuevo que pasaba por su mente (un círculo extenso en el universo; una luz brillando en lo oscuro, aunque fugaz).

I. ordenaba, todas las mañanas, el cúmulo de cartas que encontraba en la mesa-escritorio. Luego, una por una, les ponía el membrete de la Facultad y las sellaba, registrando la dirección y la fecha de salida en un ancho y vetusto cuaderno de tapa dura que, debido a su capacidad, llevaba las firmas de otros cadetes anteriores a él. Algunas de esas cartas venían con la misiva Entrega Personal y así éstas debían entregarse personalmente (en esas situaciones, los destinatarios, abogados docentes en la Facultad, o sus familias, parecían personas comunes y hogareñas; ver esta escena alegraba al señor I., que prefería esta tarea al del simple depósito de cartas). También le gustaba fervientemente caminar y dejarse llevar por cualquier calle, de tal modo que el horario de regreso era más bien indefinido, ya que evitó siempre cualquier medio de transporte. Pero su figura pálida y despeinada, la vestimenta y los papeles siempre bajo el brazo, le daban la imagen de recorrer, aún bajo la lluvia, el alto y oscuro corredor de la Facultad.
Desde su primer encuentro con K. iniciaba su recorrido, aunque no fuese necesario, cruzando la avenida para verlo. K., invariablemente, estaba sentado en la misma mesa, enfrentado a la misma botella de cerveza, adormecido por el alcohol. Parecía estar soportando una profunda pena…Tímidamente I. pasaba mirándolo de reojo, pero el hombre nunca volvió a prestarle atención. De alguna manera le estaba agradecido porque a partir de aquél primer encuentro ya nunca le encargaron mandados debido a sus “malas contestaciones”.
Subió la escalera a tientas en la oscura cocina en la que Juan Tepes dormía imperceptiblemente. Allá arriba, en el cuarto, había luz. Sentada en su silla estaba Sara, dándole la espalda, apoyando sus brazos sobre la mesita de trabajo. El pelo, siempre largo y atado, se hundía entre sus nalgas apretado contra la silla. I. se dejó llevar por ese detalle, aún a sabiendas de que le desagradaba el andar frívolo y desfachatado de Sara y el descaro de encerrarse en la oficina de Porco, lugar al que asiduamente visitaban, cuando estaba ella, el señor Botassi y el señor Luya y los señores profesores del lugar, los jefes de familia ejemplares que conociese en la calle. Y cuando no, algún alumno avanzado, una cara nueva que le provocaba celos y una especie de rabia que se fue asentando en sus gestos. Todo esto le provocaba la vista del traicionero traste de Sara Boncul. Aún así, fue esperando ver su mirada y la cara redonda con ojos grises y penetrantes, la piel pálida, y esa voz que podía parecer inocente y franca.
-Quiero tener un hijo con vos -le dijo ella, apenas moviéndose para mirarlo. I. no pudo responder. Observó que sus labios estaban pintados de un rojo muy intenso. - Vení, que tengo algo para mostrarte.
Se levantó y lo tomó por ambas manos arrastrándolo escaleras abajo, por la cocina oscura, sin sonidos de hervor en el agua ni humedad ni la presencia de Juan Tepes, ni la puerta de Angel, siempre iluminada, ni la sensación de superioridad de los otros que bien podrían irse al carajo y lo que ellos y los demás hacían de ella. Lo llevó por el viejo corredor de la Facultad, pasando por las arcadas ahora carcomidas, ahora silenciosas, como muertas las presuntuosas puertas. Tomados de la mano parecían salir apresurados de la Facultad...pero Sara giró bruscamente y lo introdujo por una puertecita que nunca había visto antes, ubicada entre dos de las inmensas arcadas de las aulas, casi a mitad de pasillo.
-Aquí también recibo a los profesores -dijo entrando y cerró la puerta de inmediato. Era un pequeño altillo de madera, como el I., desconocido para él hasta ese momento No había muebles, sólo un colchón ocupando casi completamente el espacio, cubierto con sábanas desordenadas. Tampoco ventanas. Sara prendió la luz de una tulipa en la pared, y casi sin tiempo para dejarlo respirar, se dedicó a besarlo por todas las partes de su cuerpo con la ropa puesta que en movimientos repentinos se la fue quitando. Pero todo lo fue haciendo tan torpemente que terminó por sentirse incómodo hasta que totalmente desvestido fue arrojado al colchón. Sara, únicamente quitándose la bombacha, se sentó sobre él agitándose hasta culminar el encuentro. Luego le dio un beso y acomodando su ropa interior le sonrió de pie y desapareció en el pasillo diciendo "ya vuelvo, amor".
Decepcionado, I. buscó sus ropas ajustándola muy bien al cuerpo, hasta la incómoda corbata. Sabía que Sara estaría entrando a la oficina de Ángel Porco, ahora iluminada y ruidosa. Adentro la esperarían el señor Botassi y el señor Luya que no eran otros, con seguridad, que los señores Dill y Hill, sus nombres quizás verdaderos, que tenían el despacho directamente ahí, con Angel, pues la fachada que llevaba sus apellidos, era falsa, tanto que detrás de las estanterías colmadas de papeles tenían, era innegable, una cama para las visitas de Sara, donde estarían ahora fornicándola.
I. observó una pequeña salida al exterior disimulada en la base de una pared de la bohardilla. Agachándose tiró del pasador, lo que desprendió la puertita que cayó ruidosamente hacia el jardín dejando entrar la luminosidad del día. Una suave corriente de aire le acarició el rostro. Al asomarse vio una larga hilera de peldaños metálicos adosados a la pared del edificio. Con una costosa pirueta pudo acomodar sus pies en el primero de ellos, logrando descender lentamente hasta pisar el césped del jardín. Comprendiendo que se iba definitivamente, cruzó primero la avenida 7 para pasar por el boliche. El seños K. ya no estaba, sólo la mesita vacía, con la botella de siempre a medio llenar, como si supiese que su presencia era innecesaria. Siguiendo por Plaza Italia caminó alegremente hacia la Terminal de ómnibus. Una sensación de libertad le apareció locamente en el andar, a pleno sol. Era la primera vez que su recorrido no tendría regreso. Fue una dulce sensación que lo acompañó hasta subir al micro que lo trasladaría a Buenos Aires.


LA VISIÓN
“…es posible sentir con los ojos, cuando no están mirando de lleno las cosas.”



1
El hombre había escudriñado el cielo durante algunos días. Mirando para Buenos Aires, sentado en un banco en la plaza de Temperley, comprendió la gravedad de lo descubierto. Sin poder resistirse, se metió en la estación y subió al primer tren que iba a Constitución sin pagar boleto. Ensimismado en una visión trágica, comenzó un vagabundeo por el Parque Lezama, oteando permanentemente el cielo. Continuó hacia San Telmo. En Paseo Colón, entre San Juan y Cochabamba, la imagen se condensó formando una especie de pared en la que vibraba una angustia estremecedora, poblada de gemidos humanos, tan intensos, que tuvo que cubrir sus oídos, con movimientos de defensa convulsivos de todo el cuerpo. En esa altura había un edificio policial, y sintiéndose en peligro inminente, corrió desesperado, hasta quedar sin aire en una callecita del barrio. Las viejas casonas tranquilas, todavía a salvo del mal, le suavizaron el corazón. Sin embargo esa inquietud, oscura al principio, se iba aclarando mediante la visión atenta como en un movimiento del alma que hay que ayudar a emerger. Un mensaje interior se debe descifrar en cuanto se percibe. Por eso siguió caminando por Retiro hasta Plaza Francia. La zona de la angustia, esa atmósfera de gas tóxico venenoso que se alzaba sobre todo Buenos Aires, se había densificado extendiéndose por todas partes. En el futuro cercano iba a cubrir hasta la cabeza de los enanos o los niños provocando grandes sufrimientos, siendo motivo de división entre padres e hijos. Nadie tendría conciencia de ello. Dio media vuelta y fue hasta el cementerio de la Recoleta. Caminó por sus callecitas angustiosamente, como sin un por qué. Un cuidador de aspecto uniformado lo reprendió por vagabundear y le dijo que se fuera. Estaba sobresaltado y se alejó como escapándose, nuevamente. Recorrió una avenida con negocios lujosos, corriendo y sudando. Mientras regresaba a Constitución pensó en nunca más llegarse hasta Buenos Aires.


2
Apretujado en el tren, con una bolsita de mercadería en su falda, meditó en la ingenuidad de las personas y en el trágico e inevitable destino que no protegían ni la bondad, ni la familia ni el trabajo. Su sombrero negro y su cuerpo encorvado por la altura, enfundado en un guardapolvo largo y descolorido, contrastaba por lo inusual con el resto de los pasajeros. Nadie podría proteger a aquellas pequeñas familias que lo rodeaban, ni a los empleados que sujetos del pasamanos iban y volvían de la casa al trabajo y del trabajo a su casa. Bruscamente un sonido breve y profundo surgió detrás suyo, cesando repentinamente en un silencio angustioso. Se aferró a su bolsita sin animarse a voltear porque la reconoció: era la Muerte que bostezaba, aburrida y cansada de tanto poder, amenazante, muy amenazante y dueña de todo lo que se veía.


3
Ni bien llegado a Temperley se sentó en un banco del andén. Nadie más salió de la puerta de ese vagón. La Muerte, cualquiera fuese su disimulada figura, seguía de largo. Iba con los demás. Esperó a tranquilizarse, pero pronto dominó su mente una nueva revelación, más trágica: Dios estaba muerto y su cuerpo se podría en los cielos. Aterrorizado por esta nueva revelación comenzó un vaivén persistente en el banco, aprisionando su bolsita de almacén contra el pecho, hasta que al fin corrió buscando protección en su casa, como si una lluvia finísima y muy molesta se hubiese iniciado repitiéndole sonidos de angustia. Llevaba su sombrero en una de sus manos, en la otra la bolsita; mientras, los pliegues del guardapolvo realizaron un movimiento flamígero.



DESCRIPCION DEL CABALISTA PROVOCADOR

“¡Había olvidado que era un hombre! La tristeza de tal situación irreconciliable fue tan intensa que lloré.”
El Cabalista Provocador parecía un aventurero más con aire de hippie. En su cuerpo alto y huesudo sobresalía la cabeza con una nariz afilada y una mirada penetrante como la de un águila en acecho. Llevaba siempre un sombrero cubriendo la cabellera negra, larga y enrulada. Su ropa de uso, de poco color, iba siempre oculta por un guardapolvo amarillento, dándole un aire de profesor o de monje tibetano. Una agilidad extrema transmitía a esta figura una apariencia atemorizante. Su vida de búsquedas inútiles entre filosofías orientales, esotéricas y tercermundistas, logró que simultáneamente despreciara al ser humano y que cargase con la locura de creerse con el poder de volverlo a Dios. Era todo un visionario. De unos cuarenta de edad, vivía en una casona a tres cuadras de la plaza de Temperley, por la calle 25 de mayo, cerca de la terminal de trenes. Esta era una construcción tipo chorizo antigua, con sus habitaciones unidas por puertas, galería común y patio al fondo en donde había un gallinero, una pequeña huerta, en la que descargaba su energía luego de casi consumirse en el principal de todos sus vicios, la lectura, y un limonero con el que preparaba el permanente té con limón. La cocina al fondo le predisponía a la serenidad contemplando la mínima arboleda, limitada por las paredes sucias linderas con los vecinos. Su cuarto, anterior a la cocina, tenía un colchón sobre el piso, un arcón para su ropa y algunos sombreros apoyados con clavos contra la pared: un gorro de paja trenzada, una galera negra, un panamá y un gorro con visera para sus tareas domésticas. Siempre quedaba un clavo libre pues siempre tenía alguno en uso. También había un veladorcito para las lecturas nocturnas. Las siguientes dos habitaciones estaban poblados de libros, la mayoría ubicados en estantes fabricados con cajones de manzanas apiladas. Los clasificaba por temas escribiendo con letras grandes en un costado, en las maderitas del cajón. Cada tanto su fervor por la lectura hacía que los libros se desordenasen por la mesa, la única silla, la huerta, el gallinero, el baño u otros lugares de la casa, lo que le obligaba periódicamente a reacomodarlos. Cuando no le gustaba un orden buscaba otro y tachaba la maderita y volvía a escribir con lápiz en otro lado, de modo que los cajones presentaban muchas tachaduras vigorosas. Sus lecturas habían cambiado drásticamente después de ocurrida la penosa visión, exigiéndole el alerta permanente frente a lo que se venía: el olvido del ser humano de su unidad como sociedad, la locura de enfrentarse unos a otros idiotamente y sin escrúpulos y la ceguera frente al dolor, que insensibilizaría el corazón de la gente. Un antepasado suyo, un tal Remo Erdosain, había previsto estos movimientos maléficos en el aire, pero murió sin que se lo comprendiese debidamente, ya que estaba sospechado de criminal. Por ello decidió recibir diariamente a chicos o chicas jóvenes que se reuniesen en el comedor de su casa para instruirlos en este tema, mientras dejaba que continuasen con el hábito de fumar marihuana, y a los que consideraría sus discípulos. En las paredes del mismo había escrito, con trazos ágiles y rápidos, frases que consideraba útiles para enseñar los principios básicos de su pensamiento: básicamente que el mundo es una mierda, que se acercan tiempos de confusión muy difíciles y que hay que evitar que se forme la nube tóxica modificando el pensamiento mediante el estudio de los más grandes y lúcidos pensadores. Por lo tanto, se encontraban frases como éstas:

Dios ha muerto. Zaratustra-

Prohibido prohibir. MF (mayo francés)

-¡¡¡Miren adelante!!!. MF

En una revolución se triunfa o se muere. Che

Lo que se aprende nunca es lo que uno creía. Don Juan

La civilización es un complot. La Rebelión de los Brujos


y había una gran P sobre una V que un día alguien pintó y que quedó para siempre.


Estos encuentros se iniciaron luego de un sueño místico, donde pudo comprender que un ser superior se reconoce por la inquietud de su alma, y que el despertar se manifiesta simbolizado por el humo de la confusión, en este caso, proveniente de la marihuana. Las reuniones con los chicos podían durar horas con un ir y venir de muchachos, que se sentaban en el piso del comedor desprovisto de muebles, a quienes había recolectado en sus largas caminatas. Algunos, interesados en sus palabras; otros, tratando de aprovechar la circulación de porros. Cada tanto alguna parejita se escondía en una pieza, caso en el cual eran prontamente descubiertos por el ojo avisor del Cabalista y enérgicamente expulsados del grupo, acción facilitada por la autoridad que le daban su edad, su figura y sus gestos. El ventanal del comedor permitía el paso de la baranda de marihuana y las palabras al exterior, pero el Cabalista, siempre desafiante, nunca lo tomó en cuenta. Creía en la posibilidad de crear un hombre nuevo a partir de esa juventud vital que andaba sin rumbo por las calles, buscando siempre paz y amor pero, ha decir verdad, hasta ese momento no había encontrado a nadie que tomase con seriedad sus enseñanzas y que no terminasen como un entretenimiento más. Solía, además, enseñar muy superficialmente Ciencias Ocultas y esto le servía para que alguno de esos chicos volviese a contratarlo para una tirada de tarot, una carta natal o una interpretación de sueños; saberes que había adquirido más bien como una forma de ganarse la vida que por conocimiento de causa.
Más al fondo, en las otras piezas, las pintadas también eran variadas. Estaban dispuestas estratégicamente, de modo de poder seguir leyéndolas al caminar, ocupando a veces cada frase toda una pared u otras una parte pequeñita en puntos determinados, cosa de perpetuar así su propio aprendizaje ( como ser: No es espiritual nada que pueda ser alcanzado por la razón o la inteligencia. Artaud-. El hombre está preparado para convertirse en un dios, y en cambio a veces luce como un autómata. T. Merton-. Todas las causas grandes necesitan de fanáticos porque de lo contrario no tendríamos héroes ni santos. Evita-. Los hombres están tan tristes que tienen la necesidad de ser humillados por alguien. Erdosain- Si no podéis realizar todo el bien, procurad por lo menos disminuir el mal. Tomás Moro-). Y al fin, en su trasfondo, en la cocina, visitada por algunos de sus discípulos cuando se le ordenaba preparar el acostumbrado té, dejó escrita a mano la siguiente poesía de Charles Baudelaire:

Soy lo mismo que el rey de una tierra lluviosa,
Rico mas impotente, joven pero ya viejo,
Que desdeña a sus ayos y sus mil reverencias
Y al que aburren sus perros y demás animales.

Ese era el mantra matutino para profundizar su austeridad, allá por el año de 1.971.





ALEXIS
“-¡No! Debes buscar en tu corazón y descubrir porqué un joven
como tú quiere emprender tamaña tarea de aprendizaje.”




1

-Por lo que se vé enésta primera carta vos vivís debatiéndote entre el placer y la sabiduría.
-Mirá, yo tengo un trabajo de mierda y para placer no me da el tiempo. Es más, ahí está mi problema.
-Silencio, dejá que hablen las cartas, ya vasaver que atando los cabos todo cierra.
-Dale.
-De alguna manera…vos estás encerrado entre el placer y el conocimiento; saber vivir, ¡vos meentendés!.
-Sí, dale.
-Esta que sale acá es muy buena. Vos sos un tipo emprendedor y con proyectos…
-¡Sí, dale, a ver que te dice!
-…aunque pudiera ser que tuvieras tendencias homosexuales.
-¡Pará, loco, ni en pedo!...decime que dice de los proyectos.
-¿Y qué tiene de malo laomosexualidad?... uno nunca sabe… Haber la otra carta…esta habla de las metas…
-…………..
-Este naipe, significa, que el secreto oculto, del que sabe, que para ganar, primero tiene que perder, y que para conquistar, al mundo, antes, debe renunciar a él.
-Eso es lo que me pasa a mí, che…¿pero eso es bueno? Mirá que me paso las noches en vela.
-Pará, no digás más nada…¿qué proyecto de vida tenés?
-Más que nada, irme al carajo del laburo; después, con el tiempo libre hacer artesanías en serie o ponerme un kiosco. A lo mejor ponga un puesto en esta plaza.
-¡Pero tus metas no son muy elevadas!
-¿Y qué metas creés que tengo que tener?
-Lo que pasa questa carta…
-¿Esta carta qué?
-¡Esta carta es para el que quiere conocer los secretos del universo!...bueno, habla dealgo más en vos…Vos estás buscando algo más…dejame ver.
-…………
- El mundo, ¡iestáinvertido!.
-¡¿Qué significa?!
-Que cada vez, que se siente, que estás a punto, de llegar, al éxito, éste se te corre como la línea del horizonte, y ¡zas!, nunca lográs, llegar a la meta. Esa…es la carta de tu pasado.
-¡Profundizá, vamos profundizá un poco más!
-Bueno, ¡ahí va la otra!...¿Iésta?
-¿Estaqué?, ¿qué significa?
-Carajo, la muerte, ¿vos nunca tuviste deseos suicidas?...Esperate un poco…Deseos suicidas…búsqueda de metas elevadas…sacrificio, grandes pérdidas…homosexualidad…¡estas cartas hablan de mí!
-¿De vos? ¡Se suponen que las cartas eran para mí!
-………………...
-Ahora entiendo…¡vos venís acá a levantar tipos!
-En un futuro próximo se me echandar la rueda del karma …
-Escuchame,¿ves ese policía? ¡Ni se te ocurra seguirme porque tedenuncio!
-Hay unrayointensísimo que derriba todas mis estructuras, todas las que armé hasta ahora…
-¡A quién creés que la vacrer!, ¿a vos o a mí?
-Veo un compañero en este viaje porque es un viaje, un exilio…
-¡Chau!
-…una búsqueda. Chau. Una estrella, un compañero. Chau. Un viaje acompañados por el loco…¡Uhhhh!


2
Alexis era un muchacho solitario que vivía en un cuartucho alquilado en una vieja casa de San Telmo: un“Hotel Familiar”. Su profesión era tirar el tarot en el Parque Lezama. Los años de la dictadura lo llenaron de dolor y miedo y ahora que todo había pasado repartía el tiempo entre el cuartito y la plaza. Era grandote y andaba con el pelo corto, teñido y desprolijo. En el cuarto, con el calor del verano, si no practicaba las cartas, dormitaba en la cama tolerando la descortesía de un vecino de pensión que ponía música de opera a buen volumen, con el único consuelo gracioso de imaginar que aquella voz de soprano era la de una señora gorda tetona y de boca gruesa vestida con ropas ampulosas y brillantes. También recordaba mucho a su Maestro que perdió durante esos años aciagos cuando además había militado en una unidad básica de Lomas… ¡a falta de padres, para algo estaba el General! De aquél heredó algunas ideas y costumbres, como el uso de las cartas para ganarse la vida. En el balcón, sostenido por una hoja de celosía que por mal encuadrada no podía cerrarse, colgaba una jaulita con un canario. Si alguna vez volviese el Terror se enteraría a tiempo; porque aunque no pudiese reconocer la zona gris que se convertiría en irrespirable ya a los dos metros de altura, casi como un pozo ciego al revés, la muerte del canario se lo iba a anunciar. Los pensamientos miserables, en caso de hacer descender la zona de la angustia, no lograrían atraparlo. Habría de irse.
Cuando le daban ciertas necesidades místicas se acercaba al templo de San Pedro Telmo, más que a rezar, a poder salirse de las cosas, de las miserias de las calles, de lo cotidiano, como si el señor o la señora con su perro, el vagabundo, la gente comprando en los puestos llegaran por ratos a artarlo. Hasta que……Quélevasaser!, la tristeza es la tristeza, soñó lo que soñó una noche calurosa, mientras el canario vigilaba desde el balcón. Pudo conversar brevemente con el General teniéndolo cerca.
-¿Qué querés vos con mi esposa?
Estaban frente al cuerpo de Evita, casi tocándola.
-Es como una madre para mí, DonPerón.
- Cuidamelá, pibe.
Y desaparecieron de improviso él y ella y lo dejaron más solo que la mierda.
Para él Perón es DonPerón y Evita se llama Bevita.

“Bevita…
-…¿y porqué la llamás así?...”
“-…¿ y porqué habría de llamarla deotra manera?”...
“-…no, sihacé lo que vos quieras”.

Lo cierto es que ese muchacho, vulnerable y grandote, con su pelo corto desmañado y teñido, gran tirador de tarot en el Parque Lezama, el día posterior al sueño, se fue al cementerio de la Recoleta a visitar el mausoleo de su madre Bevita, la dueña del General, la madre de todos los pobres y puso definitivamente su puestito a la entrada del susodicho, convirtiéndose en el primer tarotista de la zona y obedeciendo la orden.



3
Ocupándose en planchar era el tiempo de Alexis en recordar sus cosas pasadas. Extendía la ropa sobre la tabla y tras algunos movimientos precisos y rápidos con la plancha la dejaba bien alisada; con la misma eficacia la doblaba y acomodaba en la cama, que estaba a su lado. De ésta manera entraba en una especie de meditación. De vez en cuando, mientras planchaba, escupía la ropa para humedecerla y corregir las arrugas.
Su padre había sido alcohólico y violento, lo que lo hizo inestable de carácter y por necesidad muy caminador. De andar por la calle comenzó a militar en una unidad básica en Lomas de Zamora, adquiriendo pronto gran admiración por el General y su primera mujer. Perón vuelve, Evita dignifica. Ella, Madre de todos los descamisados, capitana eterna de los pobres. Se prendió en la campaña por el tío Cámpora presidente. Salió a pintar y tirar panfletos en las fábricas. Luche y vuelve. En esas noches tuvo su primer contacto sexual con un compañero suyo algo mayor. Hasta que un día, caminando solo por Temperley, vio una figura extraña, casi una aparición, desplazándose en dirección a él. Tenía un aspecto de hippie pero su mirada era la de DonPerón.
Volvió a escupir la ropa y a pasarle la plancha. Pensando en su Maestro recuperaba la presencia de todas las cosas, como una visión más amplia, más omnipresente. Recuperaba la calidez del calor, la percepción de las formas y la solidez del aire, el encuentro sutil con las enseñanzas que atesoraba, la belleza de los colores. Y entonces esa soledad de la habitación cobraba sentido…Alexis se quedó quieto, inmóvil, mirándolo venir, y el Cabalista, perdiendo ese aire distraído con las cosas del mundo se detuvo y le dijo: - Sé mi discípulo porque este mundo es una mierda.
Hicieron las cuadras hasta la casa del Maestro con una confianza repentina, bromeando los dos, extraños opuestos, uno flaco, alto y desprolijo, el otro corpulento, alto e impecable, riendo de la idiotez de los ciudadanos con cara de avestruz e ignorancia de monos, con los ojos puestos en el ombligo de los demás pero con sus caretas que miran hacia arriba. Así fue como Alexis entró en la casa del Cabalista Provocador. Y éste nunca le falló.
En la piecita de San Telmo el canario cantaba alegremente porque la atmósfera estaba limpia.


4
A la Iglesia de San Pedro Telmo va todas las mañanas, de temprano, un hombre a rezar. Se la pasa arrodillado un buen rato en las gradas;o se persigna al entrar, se persigna al levantarse y sale.
En la iglesia de San Pedro Telmo se respira un aire de mística, de quietud, de paz. Hay un silencio profundo que facilita la concentración en las imágenes. Cuando se mira las cúpulas uno se siente de repente protegido.
Este hombre, humilde, sale de rezar y es siempre el primero o el segundo en la fila de los que esperan la comida que la iglesia provee por una puertita lateral.
De dónde viene, si está solo en el mundo, porqué está ahí. Eso Alexis no lo sabe, pero sabe que aquél hombre humilde le está dando un mensaje. Algo así como que lo primero es la búsqueda espiritual, luego el estómago contento.






5

Observó por un rato el blanco muro del Cementerio, los árboles robustos que le dan sombra, la entrada y salida de la gente y a ese muchacho extraño, de aspecto fuerte y con cara de niño, sentado solitario en su puestito, al costado del portón, frente a una simple mesita de madera desde donde, apoyando sus brazos, miraba a lo lejos como oteando el horizonte. Estuvo a un paso de irse, intimidado. Pero al fin, en un momento de quietud de todo lo que lo rodeaba se decidió a encararlo.
-¿Me tirás el tarot?- le dijo sentándose en la silla del cliente, mientras miraba tímidamente a Alexis que acomodaba sus naipes. Siguió luego el juego de las cartas, que llevadas de la mano de su dueño empezaron a hablar. Alexis no necesitaba mirar al otro, siempre atento a la lectura; pero poco a poco lo fue haciendo, cada vez más interesado en los designios sorprendentes de la fortuna tarotista.
-¿Cómo vinisteacá?
-Me mandaron.
-¿Quién?
-Un tal señor K.
-¿Y quién es él?
- No sé. Lo conocí en La Plata.- Entonces Alexis lo miró como conteniendo emocionado un anuncio muy importante…Repentinamente y con firmeza ordenó, levantándose de la silla:
-Vení. Acompañame a caminar. Tenemos mucho paraablar.
-Está bien –respondió mansamente el recién llegado.




6
Alexis solía acelerar las palabras en la conversación y a veces acentuaba las siguientes, modismo que aumentaba su frecuencia con el nerviosismo pero que nunca aparecía a la hora de decir las cosas en serio. Era un rasgo que I. trató de desconocer para no provocar sonrisas suspicaces.
-¿Cómo te llamás, pibe?- preguntó como despreocupadamente.
- Carlos I.
-¿Tenés una putaidea de lo que decían tus cartas?
-No.
-Mirá, dicen que vos…estás encerrado entre el placer y el conocimiento…que sos un tipo emprendedor y con proyectos, aunque pudiera ser… que tuvieses tendencias homosexuales; que podés conquistar … al mundo si renunciás a él; que querés encontrar los secretos del universo… y que si alguna vez tuviste ideas suicidas… es porque tus metas…se te alejan siempre como el horizonte… cuando caminás. En fin, ¡que sos unexcelente compañero para emprender una travesía! y queaunque no lo sepas, te parecés a mí.
- Y…¿será bueno eso?
- Si. Las cartas hablan de un compañero que hará con vos un viajeiniciático. Esa persona soy yo. Pero tu carta, mi amigo, es la Torre, escuchame bien. Es necesario…que rompas antiguas amarras…que te atan a este mundo…y que comiences una vida nueva, un cambio total… ¡Para eso están los viajes! Finalmente te convertirás en el Loco, que para mí resulta la carta más auspiciosa. Es la carta de la indisciplina; por eso le pertenece a los poetas y alos creativos de este mundo. Para eso debemos realizar este viaje místico…¡ para encontrarnos con el cometa Halley!
-¿Qué…?
-¿ Sabés, pibe, para qué sirveun cometa?
- Y mirá. Ya sé que antes se decía que podía destruir el mundo o anunciar hechos heroicos, pero hoy en día son para mirar, nada más.
- ¿Nada más? ¡Vos sí questás errado, pibe! Mi maestro me enseñó muchas cosas que ahora yo te voy a enseñar.
-…..
-…Primero vamos a organizar el viaje a La Quiaca, que es donde vamos a verlo mejor. Ya está por regresar, ¿lo sabés, no?
- Mirá, a mí me dijeron que te siga y no tengo otra porque me escapé. Así que iremos…
- Mirá que sos decidido, vos… ¿cómo dijiste que te llamabas?...
- Carlos I.
- ¿Y quién te mandó paracá?
- El señor K.
- Carlos, aunque lo viste sólo una vez, ese es tu Maestro. Hacés bien en hacer lo que te dijo… ¡ y ahora vamos a mi piecita para organizar ya mismoel viaje!... Estaba solo y encontré un compañero de ruta, me cachendié… ¡Vamos por acá!




7
Cuando llegaron a la pieza ya se había hecho de noche. El canario dormía mientras que las voces y los ruidos de afuera y el foco de mercurio de la vereda parecían insistir para despertarlo. En la penumbra se podía ver bien pero Alexis encendió la luz.
Sin palabras, sacó un fiambre del día y un poco de pan y lo repartió con el señor I.
-Tomá y después nosacostamos.
I., para ese entonces, había perdido toda la confianza lograda en su fabuloso escape de las oficinas y más aún al darse cuenta de que iba a pasar la noche con un tipo que no conocía y que no tenía nada que ver con él.
-Tomá…-entonces Alexis lo miró y descubrió lo que estaba pasando-. ¡Cometeelsánguich I.!, y no te preocupés...Ya me acosté con tres mujeres y siete hombres y sé distinguir cuando la cosa no es. Nosotros somos compañeros de un viaje fascinante que ponele el destino nos juntó, nada más. Yo quiero que descanses bien… que hay que juntar buena platita palviaje. Vos acostate en la cama. Yo me tiro en un colchón, que siempre tengo de más, por las dudas.
I. tomó el sándwich con cierta ceremonia y luego se sacó el saco, que entre gris y marrón usaban los empleados de la Facultad, colgándolo correctamente en una silla, dejándose como una precaución los pantalones y la camisa puesta y se acostó.
En el rinconcito oscuro, acurrucado en la cama, se le vino la figura de Angel Porco en mangas de camisa, siempre en su oficina, eternamente… hasta que sus ojos, pesados como alfombra, se cerraron.Al hundirse en el sueño se fue agotando la voz de Alexis, con su lenguaje entreverado: - Esa ropa no te sirve, I, paunviaje. Algo te voy a buscar antes de irnos…-y luego: -Vasaver. Un pantalón nuevo iotrosaco si se puede. Estas pilchas no son para un viaje como estos. Te voy a afanar algo de una percha del patio…



8
TEORIA DE LOS CONCEPTOS: forma que tiene todo ser humano para poner orden a su vida basada en una escala de valores heredados que determinarán indefectiblemente sus acciones y su comprensión de las cosas y a las que se adhiere sin cuestionamientos. DESVENTAJA: quedar atrapado por sus propios conceptos de modo que no puede incorporar otras ideas útiles ni aumentar su posibilidad de contacto con nuevas experiencias. SOLUCION: encontrar que los conceptos propios son tan auténticos como los de los demás en eso de poner orden a la vida y que convivir con ellos enriquece y más aún libera. EJERCICIO PARA LOGRARLO: cerrar los ojos, percibir el alrededor de donde estás (no es indispensable que haya silencio), dejar pasar los pensamientos (conceptos) sin que se fijen en la mente y al fin abrir lo ojos. El ejercicio se considera satisfactorio cuando pudiste mirar las cosas sin necesitar pensarlas, pues los conceptos en realidad son eso: pensamientos fijos que no te permiten percibir la realidad. Repetir este ejercicio cuantas veces lo consideres necesario. También puede ayudar a curar el insomnio (no abriendo los ojos, claro).
Escrito en un cuadernito de notas donde Alexis resumía concienzudamente las enseñanzas de su Maestro.



9
Los pequeños ruidos lo despertaron. Era Alexis que preparaba el mate de la mañana y había puesto a calentar la pava en un anafe oxidado que estaba en el cuarto. No era temprano pero había que apurarse en ir a la plaza a hacer el dinero de los pasajes. I. se levantó despacio y se acercó a su compañero que ya estaba tomando el primer mate apoyado en la mesa.
-¿Querésun mate?
-Dale –lo probó-…¡es dulce!.
-Si. Es mi almuerzo. Además hay que juntar la platita y no podemos gastar mucho -Alexis es bastante corpulento, pensó I., con mucha energía para hacer cosas-…Bueno, después en la plaza nos comemos un pancito y estamos hechos, ¿é, Carlos?
Lo miró y le sonrió y se convidaron unos matecitos más, en total acuerdo, con la luz del día entrando plenamente y el canario cantando.



10
Habían llevado el equipo de mate ahora que eran dos. Alexis no gustaba de cebarlo estando solo; parecía perder el contacto con las cartas o la sensibilidad para leerlas. Cada tanto I. cebaba alguno, a veces dulce, a veces amargo, para empardar los gustos y así estuvieron algunos días atendiendo gente y guardando como un tesoro “la platita”. Antes de empezar su trabajo Alexis lo dejaba al señor I cuidando el puestito para entrar al cementerio a charlar con “la Señora” para pedirle una mano para poder hacer el viaje.
Unos días después, al ir de regreso a la pieza, marcharon primero a la estación del Mitre a averiguar precios y horarios. El tren sale a las 9 de la mañana. Pasa por Rosario, Santiago del Estero, Tucumán iestá en La Quiaca al otro día por la noche, así que entre gastos mínimos, pasajes y estadía necesitaríamos unos cien australes, comentó Alexis al salir. Y esa noche, hundido en el colchón, habló consigo mismo, desanimado:

Quevachacé, el cometa se vair ¡ y nosotros no tendremos la platita!

De improviso se levantó, encendió la luz y sacó del cajón de la mesa una foto de Evita, apoyándola contra la pared. También tomó una cajita de fósforos y una vela y la encendió frente a la foto.
-Bevita nos vayudar, ¡seguro!- dijo, mientras apagaba el fósforo sacudiéndolo con la mano- A propósito, Carlos, ¿vos no tenés nada de plata?
-Tengo la menstruación.
-¿Qué?
- La menstruación, cien australes.
-¿Y porqué no me lo habías dicho?
- ¡Porque nunca me lo preguntaste! – Carlos, igualmente desvelado fue al saco, prolijamente colgado en la silla y extrajo sin titubeos del bolsillo interior un billete rojo poniéndolo, sonriente, sobre la mesa. La inocencia de aquél muchacho bonachón había logrado conmoverlo, haciéndole superar el último límite de la desconfianza.
-¡La menstruación! ¡Gracias, madre Bevita!¡Tenías que ser mujer!


EL VIAJE
“Noté que don Juan había impartido a mis actos un sentido de irrevocabilidad. Su posición era que cuando uno empieza a actuar no hay modo de detenerse. Sin embargo, si yo hubiese querido parar, no había nada que me lo impidiese. La verdad era que no quería parar”:


1

A la mañana siguiente estaban en la estación Mitre. I y Alexis sacaron pasaje ahí mismo: “dos a La Quiaca”. Pronto ubicaron su tren y estuvieron sentados en turista; emocionados, la respiración contenida y pequeña, como percibiendo las emociones de allá lejos, más allá del ruidoso edificio y de la ansiedad de la multitud. Uno queriendo encontrar la imagen de su Maestro en su presente de viaje iniciático; el otro, con sus ropas nuevas robadas, metido en un espacio ahora sin obediencia ni rutina, libre en sus movimientos, sabiendo que ese extraño compañero, Alexis, le estaba permitiendo ser una nueva persona. Es decir, cada uno meditaba a su manera.

¡A LA CAZA DEL COMETA!

Y el tren inició su movida de serpiente que se despereza, desprendiéndose de la rigidez de la somnolencia, para ponerse a salvo de la neblina siniestra, del gris, de la falta de aire, del cansancio crónico, del olor antiguo, hacia los sueños de vida, hacia la inconveniencia de alcanzar cometas herméticos.
-¡Bienvenidos al tren! - canturreó Alexis-, ¡bienvenidos al tren!, yei yei…

recoge tus cosas
y largo de aquí
en nombre de cristo
no quieras seguir

si nadie me acepta
¡okey! ya me iré
estoy esperando
que llegue mi tren

…se escuchó en el ambiente del vagón por un rato, con ambos amigos compartiendo el momento logrado.
El murmullo que hacían los demás pasajeros acompañaba al ruidaje del tren. Un grupito, al fondo, jugaba al truco; más cerca uno niños inquietos preguntaban incansablemente cosas a sus padres y unos muchachos conversaban en voz alta; alguno que otro, se veía, dormitaba. Todos estaban preparados para un largo viaje: maletas, bolsos, canastos cargados de termos y galletitas; se escuchaba una ruidosa radio buscando programas en el dial. Y curiosos abriendo y cerrando a golpes las puertas del vagón que iban y venían circulando silenciosos por el tren. Alexis miró por la ventanilla, apenas superados los últimos edificios. Buscaba encontrar algún signo de que la niebla, con el andar, estuviese ciertamente desapareciendo. El recuerdo de una iglesia de San Telmo lo hizo persignarse para tener suerte.


2
Allá va Charlie con ellos y en algún lugar baja pues extraña Baires. Y cuando se calman, y se asumen como pasajeros y se callan, y se duermen, cabeza contra cabeza, el traque_teo del tren de la música de la letra en sus cabezas todavía, el muchacho Alexis, grande, recolorido, extraño, en el tiempo de la siesta abre los ojos. Busca en su bolso una flauta de madera, su tesorito, y saca algún sonido que viene en el sentimiento que todavía dura. La pampa extensa y los pequeños pueblos sumergidos en sombras y reflejos de sol, se convierten, por obra del sonido, en un medanal solitario en la playa, donde arena, mar y cielo, tan cercanos entre sí, en algún punto se unen. El viento, parte del paisaje, hace revolotear un penacho de arena. Un hombre solitario pasa a lo lejos montando una bicicleta. La bicicleta parece que está en el aire levantada por las sombras. ¡Cafuné!, se dice, ¡quién otro!...pasó como un tejo montado en su alada bicicleta...Alexis levantó una mano, pero Cafuné no responde ni mira. Pura figura… Cafuné pájaro. Es de poca carne, agudo, huesos. Cuando no toca la flauta corre de un lado a otro con su bicicleta. Lleva y trae mensajes. Más a menudo los inventa. Lo ha visto, hay seguridad, por un costado del ojo. Ojo de mosca. ...¿Pero no es acaso el Cabalista Provocador, igualmente huesudo y silencioso, portando su sombrero de copas y con la melena al viento? … ahora sí le devuelve el saludo, es el Cabalista, que alzando una mano mira siempre hacia delante, con su cuerpo encorvado y el guardapolvo que casi toca la arena. Horizonte móvil. Luego se aleja con un chasquido de gomas perseguido por una bandada de gaviotas.

Alexis lee el libro que también guarda en el bolso. Es Mascaró, el Cazador Americano, autor Haroldo Conti. Busca la página donde aparece Cafuné y la repasa. Entiende el simbolismo de la imagen, el saludo de su Maestro. Mira hacia adelante sin detenerse. Buena señal. Entonces, más tranquilo, guarda su flauta, el libro, y se queda dormido, cabeza a cabeza, con su nuevo hermano llamado Carlos I., mientras escucha palabras del libro como si le conversara:

…Cafuné sopla y sopla la flautilla de hueso…
…y se alegra, porque piensa que es el Mañana, ese gran barco que navega en su cabeza…


3
-¿Querés que te cuente de mi signo? Yo soy de sagitario. Te voia decir lo que me dijo mi Maestro cuando lo supo: Qué bueno que pertenezcas a un signo de indomables. Detrás de esa imagen de falta de tacto, de desorientado, hay en tu interior un polvorín de conciencia que busca el camino estrecho y recto que sólo puede traspasar la flecha de Quirón. Por eso no te apures. Apuntá bien, como la imagen del centauro, y esperá tu momento. Ese es el secreto de la flecha del centauro: estar atento y usar el tiempo como un provecho para tu triunfo…Mi maestro estaba feliz del signo zodiacal que me preside. No por ser amistoso, extrovertido y optimista. Eso en realidad me cagó la vida, porque la otra parte es la manera que tiene uno de serlo. Ya sabés…tres mujeres y siete hombres… La verdad no elegí buenos amigos. Qué querés,¿te parece que es tan sencillo hacerte de unamigo? Lo que sí es que mi interior siguió en pié, esperando el momento. Por eso el Cabalista Provocador fue mi primer y único amigo. Y me salvó de esos bajones, creo que del más profundo de todos los que tuve, como buen sagitariano.
-A la mierda Alexis.
-Ahora voy a comentar del tuyo: ¿de qué signo sos, mi amigo?...
-No sé, nunca me fijé en esas cosas. Creo que de Virgo…
-¡¿De Virgo?! ¡Qué gracioso!
-……….
-¡Dale!, ¿en qué fecha naciste?
-El 24 de agosto…
-Entonces sos de Virgo nomás. ¿Te cuento?...
-Dale.
-Los de Virgo –tierra, 21 de agosto, 21 de setiembre- tienen una fuerte necesidad de servir, son honestos y confiables. La parte positiva de todo esto es que son prácticos, agudos e inteligentes. La parte negativa (que yo no comparto) es que de tan virtuosos pasan a ser reprimidos. Y de tan serviciales pasan a ser rutinarios y si el deseo de servir es el que domina se vuelven muy dóciles y manipulables… ¿ No te ofende, no?
-Si lo decís así parece que le estás hablando a cualquiera. Igual sabés más o menos mi historia y podés hacerla parecer.
-No, te lo juro. ¿No te gustó? Además, darle palabrasal carácter de uno te sirve para cambiarle cosas voluntariamente…aunque te voy a decir algo que alguien una vez me dijo…No fue mi Maestro, no.
-Dale.
-“El carácter no puede cambiarse pero se puede pulir”.
-Bué… ¡qué importante!
-¡No me cargés vosahora!.
-Y tu maestro, ¿de qué signo era?
-O es. De Leo. Leo es el mejor signo…Bueno, si te toca ser un maestro.
-…………
-O sea que Leo es como el Sol. Leo es de fuego y el tipo de este signo es constante en sus aspiraciones…hasta llegar a ser Maestro. El Cabalista tenía la cabellera de un león y los ojos profundos de águila o de cóndor. Era feliz enseñando y de tenernos a todos los discípulos cerca. Era muy desordenado. Vivía entusiasmado por su propio conocimiento y con sacar de la mediocridad a la gente. Pero sólo se daba al que lo quería escuchar. Como odiaba lo mediocre casi todo el tiempo andaba solo y nunca le importó. Como amaba la justicia, eso le parecía justo. Era inquieto, fuerte, arrogante para los desconocidos. Buscó siempre la verdad hasta con peligro… ¡Más Amor que eso! –Carlos notó que su amigo tartamudeaba menos cuando sus pensamientos lo exaltaban.
-Alexis, tranquilizate un poco… decime: ¿los de Leo son así?
-Más o menos. Creo.
-Y decime, che, ¿tirás cartas astrales?
-¿Qué decís? ¡Ah, sí! Las cartasastrales no se tiran, se preparan. Lleva su tiempo.
-¿Me harías una?...
-¿Mestás cargando?...si a vos no te interesan.
-¡Dale!, ¡a ver si coinciden conmigo! Tenemos un montón de tiempo hasta que lleguemos.
-Mirá, Carlos, me parece que eso es para jugar. Además ya no hace falta. Vamosaveral cometa. Eso nos libera de cualquier influenciaastral. Date por contento de lo que hablamos.
-Loco, ¡te estoy siguiendo hasta el culo del mundo y casi ni sé por qué! ¡Charlemos de algo!
-Mirá esas casitas. ¡Mirálas! Acá como en Buenosaires la gente va detrás de algo que no sabe qué puta es. Si vuelve la nube tóxica se pudre todo de nuevo. La única esperanza para nosotros es el cometa…
-……….
-Mirá, Carlos , te voy a contar algo más de Mi maestro, a ver si te das cuenta de para qué vamos…

Quedando atrás los edificios de la gran ciudad, las casas se alternaron con plazas, arboledas, y finalmente con campos alambrados hasta que más adelante, aparecieron pequeñas poblaciones donde el tren se detuvo, cambió su gente, luego llegaron a una gran ciudad, pasaron a otra provincia, volvió el campo, atardeció y cambiaron los colores, en un pueblo se abrió la puerta de una casita y la imagen quedó inmóvil en la marcha y a continuación alguien subió a un auto pero todo quedó así pues otra persona (joven, hombre o mujer) caminó por una avenida arbolada, en el patio de una casa una mujer colgó la ropa con su pollera movida por el viento y ya no estuvo más allí porque el tren siguió lejos y se detuvo antes de entrar a otra ciudad donde la penumbra repetiría luego las imágenes de todo esto pero de otra manera, y los dos amigos, entumecidos por el largo viaje, pasaron de un asiento a otro, se acomodaron para recibir un nuevo pasajero, tomaron mate, buscaron cosas en el bolso que después cerraron y que producía un pequeño ruido al tirar las correas , muy próximo, que sonaba diferente al que provenía de tantos lugares y de tanta gente, como diciendo estamos aquí sentados, somos nosotros y vamos haciendo un viaje muy particular.



4
Mi Maestro tuvo experiencias espirituales muy profundas, muy trascendentes. Pero desde que tuvo aquella visión se transformó y abandonó el misticismo pues entonces supo que las miserias humanas serían mucho más intensas que las espirituales, que el Mal iba a poder decidir sobre el sufrimiento y la muerte de cada uno de nosotros.
Por ejemplo, en el tiempo que tuvo un auto vivió la siguiente experiencia espiritual: iba por la ruta a mucha velocidad y cantando el mantra Hare Krishna. En un momento, extasiado, levantó los brazos y el auto se siguió conduciendo solo, ¡hasta en las curvas, como si lo manejara!...Eran sus brazos espirituales que habían tomado el comando del auto para que pudiese bailar mientras apretaba el acelerador... y pudo cantar y moverse a gusto durante todo el viaje. Esta experiencia se repitió un día más cuando estaba tomando un café. Como producto de su alto nivel de meditación le aparecieron, de nuevo , sin esperarlo, los dos brazos espirituales que agarraron el diario de la mesa y lo abrieron para que lo hojeara cómodamente mientras se tomaba su café...pero desde que descubrió que los conceptos humanos que se generaban en esta época se estaban acumulando en la atmósfera de una manera pesada y sofocante y adivinó las consecuencias, tan terribles, lo dejó todo y se dedicó a predicar al que lo escuchara…y yo sé que estos conceptos, por rígidos nomás, van a retornar, van a hacerse piedra en la atmósfera hasta el sufrimiento… mi Maestro me previno. Fijate en esto que tengo escrito:

Uno naturalmente puede dirigir su pensamiento hacia cosas constructivas, para construir al mundo, o puede dirigirlo hacia la rutina, hacia la tarea común, en fin, puede conectarse con el mundo de distintas maneras, como quien dirige las ondas de una radio modificando la posición de la antena. Este es un acto voluntario y uno es responsable y conciente de lo que hace. Pero cuando la intensidad de la zona de angustia se intensifica de manera tal que cubre toda la atmósfera, uno se ve atrapado por ella y aunque cree tener la ilusión de libertad, hace cosas que comunmente no hubiese hecho porque la antena receptora queda inamoviblemente clavada en el mismo lugar. Es imposible corregirla. Esto lleva a un pensamiento inflexible y al temor porque ya no se puede cambiar. Uno se siente expuesto a la muerte. Te queda entonces vivir enfrentándote a ella, permanentemente; o huir y buscar donde poder ser libre. Es acá donde vos elegís: exiliarte de todo lo contaminado, que es lo que conocés o vagabundear sin destino dentro de tu propia ciudad, como un desorientado, hasta el final.

Tengo la razón más importante de todas por ir tras el cometa: es la orden de mi Maestro. Así como vos obedeciste tu orden, aunque no eras conciente de ella. Ahora te voy a transmitir algo de lo que me enseñó un buen día. En mi mente tengo que volver al pasado y verlo de nuevo con su galera de loco, su nariz de pájaro y sus ojos fijos que se dirigían a mi interior. Te lo leo; esperate que encuentre la hoja…

Alexis, me dijo un día, el origen del mundo es como el de las personas. Al principio es como la nada informe, luego al desarrollarse se deforma. La naturaleza original queda en los fondos, en lo oscuro. Es rescatable y conserva nuestros verdaderos sentimientos. No está sujeta a nuestra historia personal. No depende de los conceptos inculcados y que nos hacen actuar como autómatas y contranatura. Y de ahí viene la importancia de los cometas. El cometa viene de lo profundo, trae luz desde lo oscuro, una llamita. Lo que tenemos. Pero en su trayecto se carga de energía solar, la busca. Y al volver a las oscuridades ilumina el fondo de la conciencia.
En las culturas antiguas del mundo se temía su presencia por ignorancia. Es cierto: él trae la muerte y la destrucción. Según los filósofos y las tradiciones el color, la forma o su orientación sobre el espacio define el tipo de calamidades que presagian. Los reyes buscaban astrólogos a su mano, temerosos de ver caer sus imperios o de morirse ellos. Una patada en el culo. Pero la destrucción para el que sabe ver es la del concepto mismo de la existencia. Es el terror infranqueable de tener que encontrarse con su propia imagen perversa, como en un espejo alquimista.

Y una vez también leímos esto, fijate si no hay coincidencias, también lo escribí:

…Dilucidando un día, las cuestiones pertinentes al núcleo cometario, podremos adentrarnos en el momento histórico que más intrigas llevó al espíritu científico del hombre: el origen de nuestro mundo. Al responder a más de una convocatoria del centro del sistema, el pequeño núcleo cometario comienza a emprender una larga jornada. Millares de años serán necesarios para que él pueda rendir homenaje a aquella fulgurante estrella… Al acortar la distancia en relación al sol, gradualmente comienza a aumentar su velocidad…Acortándose la distancia, comienzan poco a poco, a sublimarse los gases congelados…la radiación solar se acentúa , provocando la vaporización de la masa líquida y desarrollándose una de nuevo aspecto…conocida por coma, cabeza o cabellera…Por eso me tiño el pelo, dijo señalándose con una ingenua sonrisa.

Y esto que me dijo, mi amigo, fue lo más duro, cuando la cosa ya se venía, como estaba predestinado…
Pronto, Alexis, ya no estaré más con vos...y necesitarás entonces un nuevo guía hasta que madures completamente. Deseo para vos que te entregues valientemente a la energía cósmica. Tu carta astrológica, tu pasado y tus miedos se desvanecerán como los gases que el cometa lleva congelados y que al acercarse al sol se evaporan…encontrarás tu propio destino, lo que los mediocres evitan, y podrás cerrar tus dolores. Los mediocres prefieren el espanto. Ojalá lo que te enseñé te permita pasar las difíciles pruebas que se vienen, cuando la angustia descienda y ya nada pueda hacerse por rescatar la libertad humana. Luego podrás hacer algo por vos y los que queden, antes de otro inevitable período de oscuridad.

No todo lo que me dijo lo entendí ese día. Pero fue la última vez que pude verlo en cuerpo físico. Días después estaba acercándome a su casa en Temperley cuando un Ford Falcon verde pasó delante de mí, muy rápido, y frenó delante de su puerta. Bajaron tres tipos a lo loco y armados. Forzaron la puerta, no les costó nada y entraron. Pero él no estaba ahí. Salieron sin él. Uno llevaba libros bajo el brazo. Arrancaron rápido. Fue duro ver eso. Después de un rato me animé a entrar. La casa vacía. En el comedor con tan sólo paredes estaban la P y la V de Perón Vuelve, las palabras del Che, la frase Dios ha muerto… Todo el pequeño mueblerío, en la cocina, en las piezas, despedazado y tirado. Todo revuelto, mansillado. Sin embargo, cuando fui a su pieza tuve una buena señal. Sus sombreros estaban colgados. Todos menos uno. ¿Se lo habrá puesto y se habrá ido a tiempo para que no lo encuentren?... Creo que nunca lo sabré pero lo intuyo. En esos tiempos ya era bien evidente la influencia de la zona de la angustia. Pero la podías ver venir desde lo de Ezeiza, en el 73. Por lo menos desde allí reinó la confusión y la muerte. Aunque la violencia se vivía en todas partes donde había más de uno, en las parejas, las familias y aunque estuvieses solo masturbándote. Lo aprendido con mi Maestro me permitió ver con anticipación lo que estaba ocurriendo. Eso me alejó a tiempo de la unidad básica pero muchos de mis compañeros, desprevenidos, fueron desaparecidos en la dictadura. Ya no estaba el Tío Cámpora ni las ilusiones que tenía el pueblo de entonces. Nos dejamos vencer por tanta confusión, no podría ser de otra manera. Hasta Perón ya estaba confundido, cuando dijo: no sepa tu mano derecha lo que hace tu mano izquierda. No se hizo cargo porque la nube tóxica cubría todas las ciudades, también en España. Entonces busqué trabajo fijo, me corté el pelo, disimulé, parecía un tipo normal, evité que me persiguieran por lo que soy o por lo que pienso, supe esperar a que los tiempos cambiaran, me alegré de que cambiaran, pero no estoy conforme. Hemos perdido muchas cosas y no nos damos cuenta. Creemos que ahora estamos salvados pero aún estamos traspasados de angustia, de indiferencia y de confusión. Por eso hago este viaje. Para saber quién soy a pesar de haber pasado por tantaangustia. Para poder ser un hombre de conocimiento, como decía Don Juan, antes de que la atmósfera vuelva a cerrarse y que siga causando estragos y no sepa lo que digo.
Una corriente limpia y fresca entró por las ventanillas del vagón cuando se hizo la noche. Los pasajeros, gente común, despreocupada, las cerraron de a poco, de uno en uno, para protegerse, para dormir. Cuando lo hizo, Alexis se detuvo un momento para mirar hacia el espacio. Una pequeña lucecita tintineante recorrió el firmamento. Sólo él la vió, parece, pues se quedó un rato mirándola.


5
Entrada la madrugada el tren llega tembloroso a San Salvador de Jujuy, haciendo una pronunciada curva entre lucecitas y lejanías varias. En la estación, de chapas y maderas dispuestas británicamente, amanece una romería de cholas con sus cargas, listas a subir. Cargan con esfuerzo las típicas bolsas de almacén repletas de mercadería, difíciles de portar por lo bultosas, o los grandes atados de productos, diferentes en volúmenes y características, llevando a sus guaguas colgando de la espalda y a los niños más grandecitos tirados de la mano, siguiendo el movimiento apresurado de su madre, siempre obedientes y silenciosos. En realidad es toda una fiesta, el colorido. No se parecen en nada a los paisanos que quedaron atrás en el camino. Para subir a los vagones la seriedad y el apuro de las cholas contrastan. Arriba hay que esperar un rato. Un nuevo orden se gesta, todo se ve cambiado. Dos cholas están sentadas frente a los muchachos, sin importar el poco espacio que queda. Llevan atados coloridos, bolsas cargando zapallos y un niño. Todas las cosas quedan entre las piernas de los cuatro pasajeros. El niño va moqueando sobre la falda de una de ellas. Con cada movimiento que éste hace, la mujer le ordena que se quede quieto con un acento que suena a ingenuo y es poco audible. Alexis las mira de reojo. Son morochitas y de cara redonda. Observa la vestimenta. Ambas llevan medias de nylon, pullover y saco grueso de algodón, pañuelo al cuello que oculta la camisa, zapatos prolijamente lustrados, todo con variedad de colores, como preparadas a un frío descomunal. Sus sombreros son de ala horizontal y redonda con una copa rodeada de cintas coloridas. Aunque la mañana está fresca no hace falta tanto abrigo. En un asiento de la fila opuesta, un hombre tira un chorrito de su botellita de agua mineral por la ventanilla. El tren se pone en marcha lentamente. El hombre bebe inexpresivo. Cuando termina, arroja la botellita al campo. Luego cruza los brazos, relaja su cabeza y parece que duerme. Alexis intuye, acostumbrado a interpretar las emociones de las personas, una aparente conformidad con el destino, como si el antes y el después fuesen conceptos inexistentes o que no necesitaran remediarse. No va a ser fácil tener clientes en esta tierra porque…

¿ Quién carajo vaquerer leerse las cartas en este lugar?



6
Finalmente el tren continúa su marcha. Parecía imposible con tanta gente. Notable: en el primer pueblito se detuvo tanto tiempo como en la capital. Se oyen muchas voces afuera. Y un vaho de olores a frutas y frituras acompaña el movimiento de las figuras coloridas que suben y bajan, confundiéndose con los puesteros que venden empanadas, verduras de estación, queso casero, jugo, chicha y artesanías locales. Una chola, con voz suave y monótona, mira al interior acercándose a Alexis y le ofrece empanadas. Mira fijo algunos instantes, apenas insistiendo y pasa rápido a otra ventanilla (“…empanada, empanada…”). El tren parte. Se suceden los sorprendentes cardones que dominan la mirada de los muchachos como seres ancestrales que vigilan la montaña, y los verdes maizales cercanos a las escasas casitas, sombreadas por grandes álamos. Allí se pueden ver canales de agua, algún perro inquieto, un caballo ensillado…las personas casi no se ven. Todo es muestra de soledad y de trabajo.
Más adelante, cuando pasa el mediodía, Alexis propone almorzar. Hasta entonces el extremo paisaje parecía haberle quitado el hambre. No entendía cómo podía haber tanta gente en el tren y afuera verse todo tan desolado e inabarcable, con una sensación vaga de ser, en medio de todo, paisaje y observador al mismo tiempo.
Pero tiene sed. Y calor. Y las cholas tan vestidas. Pregunta cuánto tiempo se detiene el tren allí. Recibe un gesto leve. Presume que ésto significa: “…en Jujuy el tiempo no se controla…”. Tienen sed y calor y hambre: deciden bajar. Las cholas les cuidarán el lugar poniendo sus pertenencias y al niño, que queda tranquilo comiendo un pancito ( fue un acuerdo que hicieron en pocas palabras).
Ustedes no son de aquisito así pues mejor compren coquita, les dicen.
Buscan una mesa dentro de una estructura metálica cubierta de lonas. Adentro está oscuro comparado con el fuerte sol de la siesta que hacer arder la piel al contacto. Hay poca gente pero sus voces resuenan. Hacia una esquina, sobre una mesa se cocinan en anafes extraños guisos humeantes cuyos vapores se pierden hacia el exterior, iluminados en las rendijas que dejan las ataduras de las lonas. La fritanga ha dejado en ellas costras antiguas de grasa. Alguien se acerca. Hacen el pedido: pollo, arroz y agua. Tienen una sensación de aislamiento increíble. Se miran. El hombre se va y vuelve en seguida con el pedido. Ahí descubren lo que es el pollo picante en Jujuy. Van por más agua. Y van nuevamente. Hasta que logran terminar su almuerzo. Pero para entonces Alexis ha dejado de ser el de antes y Carlos I. ya no es el mismo; están sudando y con sed, extrañamente agotados, somnolientos, y sin poder preocuparse por la partida del tren. Al rato se levantan. En el camino Alexis siente de nuevo pegar fuerte el sol y compra sombreros. Son de esos sombreros coyas, de lana de vicuña, tejidos y coloridos, con grandes orejeras. En un puesto le ofrecen al pasar una bolsita con coca. La frase llega a su oído aturdiéndolo, como una orden: “coquita, ¿quiere coquita maistrito?”. Tiene la sensación de estar obedeciendo como un autómata cuando la compra. Llegados al vagón las cholas reacomodan sus cosas y regañan al niño que se pone inquieto con los movimientos. Ahora ellos están por dormitar en sus asientos, con las caras abotagadas, semicubiertos por los nuevos sombreros. Despiertan cierta sonrisa en las comadres vecinas y una mirada amistosa. Pero no están para darse cuenta. En realidad están por abandonarse al agotamiento.
Las cholas les ordenan:“¡Masquen!”. “¡Masquen!”.
Un dedo de la chola toca insistentemente en el costado de su cara redonda. Alexis la mira. Se señala un bulto atrás de la boca. Aturdido, como desde la distancia, percibe la exigencia del gesto y con la misma inercia que lleva, abre la bolsita que aún tiene en la mano y se la acerca a Carlos I. Llevan las hojas de coca a la boca. Lentamente comienzan a mordisquearlas hasta hacer un bultito en la mejilla, momento en que el pecho parece abrirse y el aire circular por todo el cuerpo como si estuviesen nuevamente en Buenos Aires. Todo lo recorrido desde entonces pareció repetirse aceleradamente como película hasta chocar en el presente, provocando una explosión de vida. Las vecinas sonríen alegremente. El cholo aquél de la botellita dice jocoso: “¡Y no es droga! ¡Y no es droga!”. Lo repite dos o tres veces, risueño. Los chicos recuperan la capacidad de ver. Y es entonces cuando Alexis puede señalarle a Carlos I., en un cielo sorprendentemente celeste, una forma alargada y resplandeciente que había visto en ese instante, la que bien podría ser un cometa y que seguía y aún guiaba el camino. Luego los dos muchachos van al baño. El tren continúa un rato más allí, en Humahuaca. Pero el movimiento de la vida es lo que importa.


7
Carlos I., medio entre sueños, intentó mirar varias veces por la ventanilla. Pero no alcanzó a ver de nuevo al cometa. En realidad, durante la marcha, no volvieron a ver esa imagen.
Apretado en su asiento y ya acostumbrándose al paisaje, entre el calor, los tiempos interminables y la digestión difícil, tendía a dormitar. La coca tuvo su buen momento pero el efecto se aplacó poco después y en verdad llegar a La Quiaca iba llevando todo el día. Las vecinas parecían no preocuparse. Casi no habían cambiado de posición. Hablaban poco. Se enojaban si el nene se movía. Entonces éste se quedaba mirándolo a I. por un rato, como si eso le ayudara a quedarse quieto. A veces una miguita de pan le salía por la boca. Quedaba pegada al labio. Luego no estaba más.
-¿Ya llegamos?- No… falta poquito mi amigo.
Iba cayendo el sol. Empezaba a refrescar. En el cielo, alguna primera estrella. I. descubrió por fin el porqué de la vestimenta tan cargada de los lugareños. Estaba muy frío. Aún así pocos cerraron sus ventanillas, de modo que el frío entraba en una corriente de aire, cada vez más intenso, apretándose en el cuerpo sufrido de los muchachos.
El tren se detuvo en un pueblo y en otro. A medida que anochecía las montañas iban pareciendo las sombras de inmensas paredes de una casa más grande todavía. Comenzó a creer que Jujuy era la provincia más extensa del país.

¿Cómo se puede empezar un viaje y sin hacer nada ya estar cansado?
¿Con qué ganas voy a ver un cometa así?

Miró a las montañas que en el movimiento parecían volverse a Buenos Aires. Entonces pareció despertarse por un instante…

…¿¿habrá víboras en este lugar??


8
¡Llegada a La Quiaca!... hay tanta gente en el tren como en todo el recorrido. Bueno, la verdad que parecía que bajaran con cierto orden. ¡Si no los conoceré yo a esta altura!... A mi me sale despabilarme primero, después me bajo, ya que me dan tiempo… Cuánto bulto para un viaje tan corto y nosotros con tan poquitas cosas: la ropa, el libro y la flauta del amigo, las cosas de higiene… Esta buena gente se mueve tan bien de día como de noche. En eso me hace acordar a Baires. Después no. Aunque estén inquietos y quejosos no parecen apurados con broncas ni apretujones. De eso me acuerdo muy bien…Noche hermosa y fría. Me cago de frío, pero hay que caminarla. Gracias por la coca, Alexis. Sí, pasando esta plaza debe estar el centro… No hay una luz. Por lo menos se ve el cielo…¡Cómo ayuda esta plantita! Había hecho dos pasos y ya me faltaba el aire. Ahora parece que puedo cruzar la plaza…Necesito parar un poco, meterme en el tren de nuevo, que arranque, que se vaya y que no me jodan.

…No hay nadie en la plaza. Este parece un pueblo vacío. Vamoatener que adivinar donde ir. Carlos casi ni mira cuando anda. Parece un pibe sin entusiasmo.¿Me habré equivocado al traerlo?.¿Y yo para qué mierda vine? Si no conozco nada. ¿No hubiese sido mejor haber buscado el cometaen en otro lado?...
-Carlos, ¿cómoestás?
-Mejor. Gracias por la coca.
-Busquemos ya un lugar para dormir.

Un camino suele ser un sitio muy largo donde uno no se detiene. Un camino puede tener casitas, vientos, piedras y hasta ser inesperado. Puede parecer que se estira pero de verdad que uno ya está cuando se está en el camino. Uno no se da cuenta y ya se llegó. Si se levanta la vista, por esta vez, del recorrido, se vuelve a estar en casa. Y si se mira al inmenso techo del cielo, cubierto de estrellas luminosas, también se encuentra el final de la búsqueda. Apartado de las sombras que provocan árboles y techos, lejano y cercano a la vez, como si alcanzara con levantar un brazo para tocarlo, rojizo y nocturno, de repente está el COMETA. De tan silencioso que si no se mira hacia arriba se lo pierde. Cubiertos por la noche, inmersos en un aire que parece elevarlos al universo, de repente solos, hechos noche también, la emoción alcanza para que Alexis diga:

-LoMagníficoChe.

Parados en medio de la placita Alexis estudia su recorrido. Los amigos saben que deben seguirlo, como hicieron los locos reyes de la historia.




LOS SUCESOS

“No sabías el camino, y debemos seguir ciertos pasos, porque es en los pasos donde el hombre halla fuerza. Sin ellos no somos nada.”



1

Preguntaron por un hotel. En una esquina encontraron uno sin mayores pretensiones con un bolichito al ingreso, mal iluminado. El boliche tenía un largo mostrador de madera que corría hacia el fondo, oscurecido por el uso y la falta de lustre. Detrás de él ocupaba toda la pared un espejo cubierto de estantes con escasas botellas semivacías de bebida blanca, de distintos contenidos y formas, copas varias, y adornando los espacios libres macetitas plásticas con flores artificiales de diverso color; continuando el mostrador, una heladerita de almacén, vidriada, con productos varios, en cuya mesada se ubicaba una cortadora de fiambre. Más allá, al fondo, una abertura daba al pasillo de las habitaciones, aún más oscuro que el salón. Oculto por la heladerita, arrinconado en la esquina de la pared, se encontraba un anafe sobre una mesita, cuya hornalla encendida resaltaba en la penumbra. Otra heladera, ésta de puertas macizas, guardaba la bebida fría en la pared opuesta a la entrada, la misma del pasillo. Varias mesas ocupaban el salón. En una amplia ventana de vidrio único que daba a la calle lateral se podía leer, en forma invertida: “HOTEL” “BAR” “LA HIGUERA” y más chiquito Atendido Por Su Dueño. Un hombre de aspecto corpulento era la única persona del lugar. Dominaba la escena, sentado en la mesa al fondo más cercana al anafe, empuñando un matecito oscuro de calabaza, de perfil como contemplando el pequeño fuego. Algo barbado, llevaba una boina negra sobre su cabeza. Al mirarlo, la piel blanca y el rostro iluminado le recordó a los muchachos una imagen conocida, como familiar. Lo saludaron:
-Buenas.
-Buenas, ¿qué buscan?
-Una habitación….y algo para comer ¿Podrá hacernos algo?
-Sí. Hay sandwich y gaseosa. Sientensé que ya se los preparo.
El hombre se levantó mostrando toda su altura. Dejó el mate y se fue detrás de la heladera de los fiambres, revisándola en su interior en busca de algún jamón, mientras los chicos se sentaron en la mesa que daba a la ventana. Desde allí, adormecidos por la penumbra y el largo viaje, siguieron los movimientos que hacía el hombre, que parecía ensimismado en otra cosa, mostrando un aspecto desaliñado, con la camisa mal arremangada y el pelo despeinado bajo la boina. Después de un golpe firme y seco emergió de atrás de la heladera, alzó el fiambre con un vigor inusual y lo puso sobre la máquina cortadora, haciendo con habilidad las fetas que retiraba rápidamente en una pincita metálica, dejándolas a un costado. En seguida retiró dos panes haciendo sonar el grueso papel de una bolsa que estaba detrás de él y cortándolos de un golpe en una tabla. En sus movimientos ligeros se adivinaba una precisa atención, como si estuviese abstraído placenteramente de su rutina. Definitivamente no daba el aspecto de ser almacenero. Por fin, puso dos botellitas de gaseosa y los sandwichs en una bandeja y se acercó inocente de las observaciones que había recibido. Sirvió a los muchachos y, retirado por un instante, retornó con mate y pava en mano, los puso sobre la mesa y les dijo, sin mirarlos demasiado: -permiso, vengo a conversar. Buscó una silla, la ubicó invirtiendo el respaldo y se cebó un mate. Tenía una mirada encantadora y una manera de moverse que no dejaban de ejercer una atrayente autoridad.
-¿Qué andan buscando por La Quiaca, compañeros?
-Queremos conocer.
-¿Y qué quieren conocer? ¿La gente, el paisaje, los animales?
-Bueno, en realidad estamos siguiendo un cometa. Lo venimos viendo desde Buenos Aires. Ahora está agarrando para el oeste.
-¿Y para ver a un cometa se vinieron hasta acá? ¡Mejor se hubiesen quedado donde estaban!
-¿Qué hay para el oeste, don?
-¿Para el oeste de qué?
-El oeste de La Quiaca.
-Nada. Un pueblito.
-¿Hay un pueblo?
-Sí. Copacabana. A veinte kilómetros de acá.
-Quisiéramos ir mañana para allá, en micro.
-Perdonen, compañeros, pero para allá no hay micro.
-¿No va ninguno?
-No. Es un pueblito muy chiquito. ¡Algunos dicen que no existe!...es un pueblito muy antiguo, con ruta de tierra. Difícil de llegar.¡Imagínense que estas no son las pampas! No. A decir verdad no hay micro... ¡Pero si no existe y no va el micro es que es un lugar ideal, compañeros! ¿Qué les parece?
-Sí, siempre que podamos llegar.
-Pero no es lo único que importa, compañero. Ir por los caminos sin apuro importa. No correr detrás de nada. Seguir con ganas de escuchar y conocer. ¡Que sus ojos estén bien abiertos! No busquen lo que ustedes ya saben, no tiene valor para un viaje; que los indígenas y los campesinos, la clase olvidada por la sociedad, son los únicos capaces de motorizar el cambio que nuestra América necesita para superar la violencia y convertirse en una sola patria…compañeros.
La voz aporteñada del hombre tomaba acentos caribeños cuando lo dominaba la emoción. Una lagrimita apareció en el ojo izquierdo, de lo profundo. Quedó en ese instante como meditando en algo lejano, en una isla, una ciudad antigua y mucha gente que es feliz.
-Muchachos, les doy un último consejo para que aprovechen su aventura. No interpreten la realidad. Traten de conocer la realidad de la realidad, nada más.
Quitándose la lagrimita con un dedo, continuó, como quien trata de sacarse la nostalgia.
-Así que ustedes son de Buenos Aires… a decir verdad, yo no estoy allá desde los tiempos de Perón. Mejor dicho, de Frondizi, porque ahí estuve un día nomás.
-¡Cuánto tiempo!...las cosas han cambiado mucho, ¿don…?
-Ernesto. No creo. Es el mismo país- irguió el tórax, como atrapando aire y repitió la afirmación, rotundo:- No lo creo, compañeros. El cambio de nombres no hará que cambiemos de patrón…y recuerden, la verdadera patria es el pueblo, ¡y no los cogotudos abanderados de adentro de la General Paz!
Alexis recordó, intuitivamente, la nube tóxica que describiera su Maestro cubriendo amenazante la ciudad. El recuerdo más doloroso es aquél que puede volver. Quiso conocer algo de ese hombre que, aunque no aparentase más de cuarenta y que fuese recién conocido, le hizo brotar, como pocos, un respeto muy antiguo que llevaba en el alma.
-¿Usted no es de acá, no?
- No.
- ¿Y de dónde es?
-Yo vengo de Bolivia.
-¿Y qué hacía allá?
-Era guerrillero... ¿les molesta si fumo?- dice mientras saca con un ligero ademán un habano y una cajita de fósforos del bolsillo del pecho y lo enciende con una profunda aspiración-…pero eso fue en mi vida anterior. También fui minero, campesino, cocalero, especialista en leprosos, escritor…
-… ¿escritor?
- Sí. Escribí sobre los últimos días del Che Guevara.
-Un gran hombre – interrumpió Alexis, que por su militancia lo conocía.
-Sí. Así dicen -Ernesto hace caer ceniza en la mesa, como aliviado, se levanta de la silla y aconseja a los muchachos:- Mañana tienen mucho que andar, mis amigos, así que mejor vayan y descansen… yo limpio la mesa, no se preocupen. Acá tienen la llave. Habitación 3.
Los muchachos pagaron la noche y la comida. Se levantaron. Saludaron. Se dirigieron en silencio hacia el pasillo. Estaban al lado del anafe, aún encendido, cuando el hombre los llamó.
-¡Muchachos! – su imagen era esbelta y firme, aún cuando pasaba el trapo a la mesa en donde hablaron: -¡Copacabana es un buen lugar para iniciarse en caminos!- recién entonces descubrió Alexis una estrellita de cinco puntas en la boina de aquél hombre, reflejando como un fuego la escasa llamita que brotaba inquieta de la hornalla.


2
Tempraneros, luego de un sueño reparador y recuperado el optimismo, cargaron con el bolso y salieron de la cómoda piecita. En el salón se encontraron con don Ernesto, que mateaba en silencio; lo saludaron brevemente y tomaron por la callecita que va a la terminal de micros, como él les indicó. Los gorros nuevos y la bolita de coca daban gracia a sus figuras. Había cierto gusto de aventura en andar por esas callecitas empinadas, con casas construidas en el mismo barro que un rancho de pueblo, solo que juntas, como haciendo una gran ciudad de veredas que suben y bajan probando la vitalidad de los de afuera. ¡Con ese cielo tan bien iluminado y con tan poca gente en las calles era todo tan distinto a una mañana porteña!
No estaba de más comprobar la triste realidad: micros para Copacabana no había. Y así como salieron, volvieron al hotel. Irían caminando si hacía falta. Don Ernesto era, por ahora, su único contacto en La Quiaca, y además había sido un tipo amable. Debían aprovisionarse, conocer el camino, no perderse, no cansarse, y estar decididos. Palabra ésta muy sencilla y de claro significado para Alexis pero más difícil de comprobar para Carlos I. Después de algunos reclamos se decidió terminantemente que la marcha a Copacabana se hacía.
Vueltos al Hotel interrogaron a su dueño.
- Don Ernesto, ¿cómo hacemos para llegar a Copacabana?
- Cómo, ¿no se habían ido ya? ¡No llegaron lejos!, ¿eh?- dice mientras se dedica a barrer el boliche, sonriendo por la nerviosidad de los muchachos. Deja la escoba y saca dos gaseosas que abre frente a ellos, sobre el mostrador y los convida. Entretanto, Alexia continuó:
-Caminando vaaser complicada la cosa para nosotros.
-Pues, hermanos - les dice, mirándolos con su cara alegre y fresca-… les tengo una buena noticia.
-………….
-Un amigo mío va seguido en su chata al pueblo, para transporte. Vive acá cerquita. Si tienen suerte hoy va para allá.
-Qué bueno, don Ernesto, pero lo hubiese dicho antes.
-Perdonen, chicos, es que me olvidé. Anoche estaba pensando en otras cosas. Creo que me vuelvo a Bolivia- sonriendo se asomó con ellos a la puerta y les señaló el camino-…miren, doblen la esquina que viene y a media cuadra sobre esta manzana van a ver un portón marrón que tiene pintado TRASPORTES ISIDRO así, sin N. Pregunten de parte mía. Lo van a encontrar seguro. ¡Ah!, y déjenle mis saludos.
Es lo que hicieron. Siguiendo el recorrido terminaron en un portón a dos puertas, combado y fuera de escuadra, que tenía una pintada ligera en marrón y encima, escrito en negro, con letras grandes y desiguales, TRASPORTES ISIDRO. Por sobre el portón, alzando el cuerpo, se podía ver la casita y un patiecito al fondo que se formaba con las paredes linderas, donde estaba estacionada una vieja camioneta con aspecto destartalado. Golpearon varias veces, hasta con insistencia. De pronto surgió una voz de la casa, que hasta el momento parecía deshabitada. -¡Ya vá, ya vá!- decía con cierta molestia, - ¿no ven que estoy durmiendo?. Alexis se preguntó cómo podría verse de esa manera. Al rato se abrió el portón como una hoja que tiembla, chirriando sonoramente, y asomó la cara de don Isidro, que era un hombre bajito, de pelo y barba mal cuidados y casi completamente canosos. De movimientos rápidos apareció de figura entera, moreno, con camiseta musculosa, delgado pero de carne firme, pantalón de hilo, arremangado y sucio, y ojotas de las que son bien planas con arcos que se sujetan entre el primer y segundo dedo. Así era de cuerpo entero. Miraba a los forasteros como no entendiendo que hubiesen llegado justo a la hora de molestarlo.
-Y bien, ¿Qué quieren, chicos? Estaba descansando.
-Disculpe, señor, venimos de parte de don Ernesto, que le manda saludos, el del hotel de la vuelta.
-El dijo que nos podríayudar. ¿Usted vá hasta Copacabana?
-Pues bien sí. Así mismito es. Pues que dormía para ir. Si viajan son cinco australes cada uno. Pago adelantado –terminó de decir secamente.
Alexis e I. aceptaron pero con desagrado, calculando que les estaba cobrando mucho y aunque no creían ser merecedores de una gran bienvenida, no esperaban que fuese un tipo tan huraño con ellos, todo lo contrario a don Ernesto, que aún estaría tomando mate solitario, absorto en su nostalgia. Pero, en fin, era don Isidro quien los acercaría al cometa.
El viejo se puso sonriente al recibir el dinero y terminó la tarea de abrir de par en par el portón. Les dijo a los muchachos:
-Podéis subir, niños. Ya que me habéis dispierto salimos ya nomás. Suban a la cabina que ya vuelvo con ustedes.
Obedientes, los muchachos subieron. Era una camioneta Ford F-100 roja, que tendría fácilmente unos veinte años. La puerta costó abrirla y dio la impresión de que casi se cae al hacerlo. En el interior el tapizado oscuro faltaba por lonjas. Un tumulto de resortes resonaron al acomodarse, bajo el duro asiento. Miraron por la ventanilla posterior pero en la caja sólo encontraron una cuerda, cartones y pocas cosas más. Nada evidente para llevar a Copacabana. El viejo ya vendría con las cosas. Pero pasó el rato y don Isidro no apareció. El sol de La Quiaca daba con intensidad y la casa volvió a parecer deshabitada. Los muchachos decidieron bajar y averiguar qué pasaba. Con mucho cuidado, para no enojar al viejo, fueron hasta la puerta de su casa, intentaron un llamado y como no respondiese la abrieron lentamente apenas asomándose. Don Isidro, entre ronquidos, se veía en la penumbra, sobre la cama, acompañado de una caja de vino vacía tirada en el piso.
Al final decidieron irse pero le preguntarían a don Ernesto qué pasaba con el viejo y conseguirían que si no los llevara por lo menos les devolviese la plata. Fueron hasta el Hotel La Higuera. Después de varios intentos tuvieron que aceptar que la puerta estaba con llave y que no había nadie adentro porque no respondía a los golpes. Por la ventana las cortinas estaban cerradas y desde sus bordes el interior se veía totalmente a oscuras. Indecisos salieron a caminar por la ciudad, que les pareció monótona, salvo que a esas horas estaba más activa y en el mercado podían disfrutar del recuerdo de las cholas vendiendo sus productos en las estaciones del ferrocarril. Comieron api y torta de queso sentados en un banco de la plaza. Volvieron hasta lo de don Isidro. Estaba todo tal cual. Todavía las alas del portón mal entornadas, como las habían dejado; hasta se arrimaron a la casita pero cuando escucharon los ronquidos del viejo se acobardaron y se fueron. La visita al hotel dio el mismo resultado negativo. Entonces decidieron montar guardia en la plaza y aparecerse cada tanto. Alguno de los dos los tendría que atender. Por fin, en una de esas recorridas, ya de tarde, lo encontraron a don Isidro fresco y de mejor humor, preparándose para la partida. Terminaba de abrir de parte a parte el portón cuando al verlos les dijo:-¡Chicos, ya me iba! ¡Les dije que me esperaran! Han de ser porteños…- se quejó. -¿Porqué, don Isidro? –Pues por no saber respetar la palabra. Los chicos no respondieron y don Isidro finalmente ordenó: -¡Suban! ¡Suban que nos vamos! Ellos subieron inmediatamente. Se notaba que esta vez iba en serio.



3
Adelantada la tarde salieron de La Quiaca en la chata colorada de don Isidro. El vehículo había sufrido, además, la pérdida de los faros posteriores, unos cuantos golpes con sus abolladuras y la pérdida de la portezuela posterior, sin que aparentemente le hubiese preocupado al dueño. Don Isidro parecía un hombre permanentemente molesto. Al conducir mantenía el brazo izquierdo fuera de la ventanilla para que la puerta no se abriese, mientras que con el brazo derecho manejaba, hacía los cambios y prendía y apagaba la radio cada tanto curioseando el dial sólo para hacer ruido, ya que no captaba ninguna señal; siempre la vista al frente, decidido, como desafiando las dificultades del camino, con una exagerada expresión de estar despabilado y seguro. No le gustaba usar los frenos. De modo que cuando dejaron la ciudad y se internaron por el camino de montaña, superando piedras y serruchos, pasando curvas o ladeando algún precipicio, los muchachos asustados se sostenían entre sí o de cualquier elemento fijo para no caerse, rogando por la finalización del viaje. I. estaba en el medio y podía ver como cada tanto el viejo entrecerraba los ojos, vencido por el sueño.
Casi de noche apareció el cometa dirigiéndose hacia el oeste, sobre el camino. Alexis lo contempló embobado, olvidándose de las incomodidades del viaje. La imagen se hizo cada vez más definida a medida que oscurecía el fondo celeste. Una evidente señal de que estaban haciendo el recorrido correcto.

Todo en la tierra está oscuro, sin luna. Las montañas parecen sombras de sí mismas. Pero sin embargo no hay casi precipicios, como los chicos temían. Los cerros que se ven están sobre planicies que en realidad son montañas inacabables y el cielo nocturno aparece entre uno y otro y por encima de ellos. Hay una sensación de paz en los muchachos. Hermosa noche.
De pronto el vehículo se detiene. Se lo ve echar humo desde el capó. El hombre sale bruscamente dando un portazo pese a lo cual la puerta igualmente queda abierta. Se arremanga más la camisa, abre el capó y alumbra con una linterna. Se ha despabilado de repente.
-¡Padrecito mío! ¡Está recalentando! ¡No tendría que haber salido de aquicito!- finalmente cierra el capó, con un enojo que hace temblar la chata . Bajo las estrellas retumba su voz, terminante: -Aquí nos quedamos.
Sin dudarlo Alexis abre su puerta y sale, -Vamos – dice emergiendo hacia la fresca noche puneña. -Este hombre está loco.¡Ya me cansé!
Va hacia el hombre para interrogarlo, mientras que Carlos I. baja de la chata lentamente, adormilado por el viaje.
-¿Cuánto queda para Copacabana, don?
-¿Para Copacabana?¡Ahicito nomás!. Si siguen derecho es media horita más menos.
-¡Vamos, Carlos!
Y por más que Carlos I le quiere hacer comprender de que cómo iban a llegar a un lugar que ni saben donde queda, que es mejor pasar la noche con ese hombre que conoce, que estaban en medio de la Puna, con animales de todo tipo, no hubo caso. El cielo les señala que no deben detenerse. Para eso vienen. El hombre les alcanza una botella con agua y una linterna y luego se mete en su auto, abrigándose con un poncho y se hace apenas visible en la oscuridad en cuanto los muchachos se alejan un poco de la chata. “¡Al llegar veanlón a don Eugenio! había gritado desde dentro. ¡Es la última casa del pueblo!”.

-¿Y hay víboras en el camino, don Isidro?, había preguntado I.
-No se preocupe, hermanito, pues las víboras de noche duermen. Es así nomás, pues. -pero parece que pensó un poco y ahí les alcanzó la linterna.
-¿Y animales salvajes?
- ¿Animales salvajes?...¡los animales de aquicito no persiguen humanos!¡Andan cerquita de los corrales! Buscan llamitas nomás ¡Y confíen en Coquena pues!.-y entró a la chata.

-Tomá. Mascá coca, Carlos.- es la primera reacción de Alexis ante la soledad del camino, extasiado por lo infinito y aquella imagen mágica del Halley impulsándolo.
-Gracias… ¿y …quién será Coquena?
- No sé– conversan caminando-. Me imagino que habrá de ser un santo. El sabrá porqué lo dijo.
Alexis mira continuamente el espacio. No puede preocuparse, como I, en que realmente no saben dónde están parados. Un aire detenido en frío traicionero lo inmoviliza a I. que no hace más que responder a las indicaciones de su amigo. ¡Y pensar que anoche estaban en una segura pensión conversando con gente amable!
Habiendo recorrido un buen trecho desde la chata un ruidaje brusco los sorprende. Es un imprevisto que aturde y que viene de atrás de ellos. Cuando voltean ven la chata, lejana, iluminando con sus focos que tiemblan con el andar del motor. Da la impresión de que se adelanta y rápidamente gira en dirección opuesta, hacia La Quiaca, perdiéndose rápidamente en la noche, dada las pocas luces con las que cuenta. La polvareda que deja se distingue por un instante y al fin todo vuelve a la oscuridad y al silencio. No queda otra que caminar. Don Isidro se fue.

Cada tanto, cansados, se sientan sobre las piedras, luego de hacer un reconocimiento del lugar. Las pilas de la linterna están débiles. ¿Aguantarían hasta Copacabana? Pero se levantan y siguen. No pueden parar mucho; el camino es más largo de lo pensado. Sobre ellos está el cometa, “limpio” de temores, magnífico, que marca el camino como una gran linterna nocturna, como el padre bíblico, en un cielo sin luna magníficamente estrellado. Los reyes magos se aprovecharon de él para encontrar apenas a un niño en otro continente…

El frío es intenso y la oscuridad no permite distinguir bien el camino. El viento se hace contrario y parece empeorar en las frecuentes bajadas y subidas. Pero el estruendo reaparece: se oye un ruido a motor. Hacen señas esperanzados: es que se viene alguien. La chata, piensan, viene a rescatarlos. Pero es la silueta de un auto y pasa de largo sin detenerse. No para. Las luces se van empequeñeciendo más adelante, por el camino, entre brusquedades al pasar sobre piedras. Parecía viajar solamente el conductor. No quiso parar igual que un loco de ciudad. La noche vuelve a ser inmensa. Resignados, los muchachos buscan la mirada para animarse. Hay que continuar, se dicen. Unos minutos después ven a lo lejos las luces posteriores de un auto que se halla detenido. Echan a correr. El interior del auto también está iluminado y con eso se alcanza a ver la puerta abierta y un tipo de pie, inmóvil, con la cruz de auxilio en una mano, que los ve llegar. Es un Renault 12 flamante y está en llanta. Alexis e I se acercan. -¡Hola! -dicen.
-¿Qué quieren? -responde la alta figura.
- No paró amigo. Nosotros vamos a Copacabana inosestamos cagando de frío inosabemos si vamos a llegar.
-¿Hasta dónde se va por allá? – señala con la mano que lleva la cruz.
- A Copacabana.
El muchacho está tieso, como somnoliento o ido. No sabe dónde está ni a qué tipos se está enfrentando.
-No teasustes de nosotros, por favor. ¿Qué asaltante vaestar en este lugar caminando solo por la Puna?
-¿Te pasó algo?- apunta Carlos.
-¿No lo ven?...Bueno, no se ve nada. Se pinchó una cubierta. Ayúdenme a cambiarla.
Probablemente el conductor ha comprendido que lo lógico era considerarlos como aliados. Además parecen chicos sinceros. Alexis saca el auxilio del baúl sin mediar más palabras y alcanzados la cruz y el críquet realiza solito y prestamente el cambio. En momentos más están en marcha. Carlos, que va detrás, tuvo que hacer espacio en el asiento porque, aparte de un bolso, hay un trípode para máquina fotográfica, unos accesorios y la máquina respectiva, una MINOLTA-XG9, nombre que leyó, más por curiosidad que por entendido, antes de apagarse la luz interior. Un pequeño tesoro es todo aquello, evidentemente.
-¿Cómo te llamás?
-Alexis y él Carlos.¿Vos?
-Chicho.
Los caminantes se relajan mecidos por el movimiento y comienzan a dormirse.

Al rato el auto frenó. Los chicos despertaron. Alexis lo primero que vio, aún somnoliento, fue la flotante figura del cometa, que seguía hacia el oeste, señal de que mantenían el camino.
-¿Ven lo que yo veo? -quiso describir Chicho, sacando la cabeza por la ventanilla, apresuradamente abierta.
-¿Qué?
Señalando hacia la mano de enfrente indicó un bulto inmenso, ni piedra ni montaña, quieto y silencioso. Una casa o algo parecido convertida en sombra por la noche. Chicho apuntó con su linterna. Era un galpón de material bastante alto y con techo de aluminio. Estaba totalmente a oscuras. Al borde de la ruta alguien colocó una cubierta de tractor, de pie, pintada toda de blanco con una leyenda en negro donde se lee: GOMERIA.
-El portón está abierto. Entremos.
-Entremos -repitió Alexis-. Si están las cosas temparcho la cubierta en un periquete.
Sin mucha seguridad en lo que hacían bajaron del auto la cubierta pinchada y se metieron en el lugar. Una mortecina luz del techo fue lo único que obtuvieron buscando iluminación. Las cosas estaban. Para el trabajo se ayudaron con la linterna de Chicho.
-Tuve un… amigo mecánico - reconoció Alexis. El pequeño sobresalto de Carlos no lo percibió Chicho en la oscuridad. Con destreza masculina, Alexis completó en poco tiempo la tarea y la cubierta pronto estuvo calibrada para el uso. Satisfechos y relajados, Carlos apagó la luz del lugar. Estaban pasando la línea del portón, retirándose en silencio. Alexis en el medio cargando la cubierta, Chicho iluminando hacia el auto, I. un poco atrás, cuando de dentro escucharon una voz imperativa: -¡Dejen los dos australes! Chicho dio media vuelta y apuntando con la linterna descubrió en una esquina del recinto un catre y un rostro de pelos desprolijos, con el cuerpo disimulado por las frazadas, que los miraba. Se acercó a la mesa de trabajo, molesto por la descortesía del encargado, dejó cinco australes que era lo que tenía a mano, los cubrió con una herramienta y luego se volvió con sus compañeros que ya iban hacia el vehículo. Riéndose al fin mientras terminaban de acomodar las ruedas, una vez en marcha anduvieron el resto del camino un poco más despabilados que antes. Pocos minutos después descubrieron las sombras del villorio de Copacabana, si lo era, decidiendo pasar la noche en el auto, pues aparte de refrescar enormemente, se había encapotado el cielo y estaban cayendo las primeras gotas de un inesperado aguacero. Antes de dormirse comieron Criollitas con queso, bebieron un sorbo de agua y bajaron a orinar por turno pues disponían de una sola linterna para los tres.

4
-¿Viste eso? Esa luz brillante. Pasó como un tren y siguió el camino que hacemos al pueblo. Desde La Plata que la sigo. No sé que tiene que ver con ustedes… Encontré una revista sobre el Halley y quise fotografiarlo, pero desde que salí me lleva por su camino, sino ya me hubiese parado. Acá las noches son espectaculares. Pero aparece esa luz brillante, rojiza, silenciosa, tan poderosa…¿será lo mismo que ustedes ven en el cielo?...Dejé mujer, una hija en La Plata….¿vos también sos de La Plata?...nunca nos habíamos visto, mirá vos…bueno, yo soy médico ginecólogo. Ando siempre del hospital a la casa y de la casa al consultorio, como decía un amigo…te estaba diciendo…me encontré esta revista y de ahí me fui al carajo….¿ves el mapa celeste?. Fijate…las estrellas están resimples y marca fecha por fecha donde puta anda el cometa…¿ves?, hoy andará por acá, por Escorpio. El verdadero Halley es chiquito. No como dicen ustedes, ni como el que me trajo para acá. Pero los hipnotiza como a mí. ¿No estaremos volviéndonos idiotas?...bueno, ustedes no:¡yo!...no tengo problema en estar convirtiéndome en idiota… es idiota dejar todo y rajarse…y encima querer sacarle fotos y que se me aparezca esa imagen de repente. Pero tiene una fuerza bárbara. Es impredecible. Repentino. Y me ha alejado de cualquier camino. ¿Qué querrá de nosotros? Aparece y me arrepiento de querer volver…sí, soy médico, y yo estaba bien allá….tenía mujer, trabajo, una hija… ¿qué capso estarán haciendo todos?

5
Si tu fueses un cazador y buscases alguna vicuñita y no la necesitases aunque estés muy arrimado a una de ellas atrás de un peñasco o encimita en alguna lomada justo antes de tirarle un tiro una piedrita caería cerca de la vicuñita y la espantaría y ese sería nuestro señor Coquena que no es más que un hombrecito travieso pero poderoso es petiso y anda con un gorrito orejudo que le queda sobrado y es flaco y huesudo y no deja que nadies se apropie del alma de una vicuñita si de enverdad no la necesita y claro pues si de la vicuñita dependen la susistencia de tus hijos y le pides de la debida manera a don Coquena es seguro que la cazas y te la llevas que para eso es un dios el quiere a toditas las gentes aunque es muy raro de verlo dando vueltas por allí porque es muy veloz y sabio y anda por todita la Puna.

6
En Copacabana se diría que no vivía nadie, o mejor dicho que vivían de a uno. Porque sólo de vez en cuando se veía gente caminando. Es que de los pocos que eran o bien salían temprano a trabajar la huerta familiar, de maíz, papa y hortalizas, o se quedaban en la casa para preparar panes, alimentar gallinas o trabajar en cueros, por ejemplo. Así era que por la desierta callecita principal no se sentía diferencia entre la puna y el pueblo mismo. A medida que el sol levanta se percibe más la sequedad del clima y la intensidad del calor. Pero el habitante de Copacabana permanece muy abrigado, bien cubierto por su sombrero y andando al mismo paso con sol y con sombra. Así es como vieron al pueblo los recién llegados. Lo primero, hubo que comprarle un gorro a Chicho. Como no conocían el lugar entraron a un almacén. El dueño les vendió barato uno que en realidad era de uso personal y que su mujer le había tejido. El local era de reducido espacio y enfrentaba a un mostrador de madera que llegaba de pared a pared, incluyendo una tabla que giraba hacia arriba para dar paso al dueño. El fondo estaba cubierto por una estantería armada con tablas y tirantes. Algunos estantes tenían latas antiguas de galletitas, grandes y doradas, pero la mayoría estaban vacías mostrando que la pared había sido blanca y pulcra y hoy estaba descolorida y agrietada. También tenían apiladas unas cajas de vino Toro, con su característico dibujo. En un costado, sobre el piso y todavía embolsadas por un plástico, algunas botellas de jugo concentrado. Sobre el mostrador, caramelos, tabaco y papel para armar cigarritos y pocas cosas más. Como si el presente no existiera y todo estuviese en el pasado. Al salir, Copacabana mismo daba esa extraña impresión. Sólo llevaban la revista del cometa Halley en la mano, una botella de Coca-Cola cargada de agua y una bolsita de coca que Chicho pronto aprendió a usar. Lo demás estaba protegido en el auto con las puertas bajo llave.
Todo se fue dando. Golpearon con timidez en la última casita buscando a don Eugenio. Hasta que escucharon un “¡Pasen, muchachos!”. Se miraron entre ellos: eran tres nerviosos muchachos.
-Permiso -dijeron para entrar y se quedaron de a uno en el interior, al costado de la puerta.
Don Eugenio estaba preparando un matecito, calentando la pava en su cocina económica, en el otro extremo del ambiente. Estaba de pie. Su cabello blanquecino resaltaba por la luminosidad de una ventanita alta a sus espaldas, que haciendo contraluz dibujaba también su cuerpo morrudo dentro de un apretado saco descolorido por el humo. Sus ojos jóvenes mostraban, al mirar, una mezcla de humor y bondad. Su edad, para los parámetros citadinos, indescifrable, debido a las huellas de la piel que dejan los vientos, el sol y la vida. Don Eugenio probó el matecito y habló, sonriente.
-¡Ah, gente de afuera!
-Sí, don. ¿Usted es don Eugenio, verdad?
-Así es pues. Me conocen. ¿Me andaban buscando?
-Si. Un amigo suyo de La Quiaca nos dio su nombre y nos dijo donde encontrarlo.
-De otro modo no podría ser. ¿Gustan tomar…?
-Como no, gracias.
Y empezó la ronda. La luz de la mañana permitía ver en el interior. Tras sentarse nerviosamente en bancos viejos de madera, que resonaron al unísono, continuaron la conversa.
- Es con yuyo de la Puna. Y azucarado para más gusto porque disimula la soledad.
- Está bueno, don Eugenio.
-… ¿y de ánde son?
- Somos de Buenos Aires.
- Ah…! Porteños.
-Porteños no. De la provincia, don Eugenio. El y yo somos de La Plata. El viene de Lomas de Zamora, no sé si conoce. Queda cerca de la capital.
- ¿Y porqué se vinieron hasta acá?
- A mí me mandó mi Maestro.
-¿El maestro de la escuela?
-No. Un maestro espiritual.
-Ah. Un chamán…hay chamanes en la ciudad…
- No señor, creo que no. De los maestros que le digo son los de religión o de filosofía. El mío me indicó que busque al cometa.
-¿Al cometa?¿Qué cometa?
- Al cometa Halley. Es que coneste cielo ¿no lo ha visto, señor?
-Por acá no hemos visto nada, pues.
-¡Pero si es reevidenteenelcieloalanoche!
-Pues no.
-Mire, don Eugenio, yo tengo un mapa celeste y una máquina de fotos. Si aprendemos a leerlo lo vamos a ubicar aunque no se lo vea.
-Demasiado viaje para eso.
-Puede ser, pero aquí estamos. Algo nos dice que éste es el mejor lugar.
-Si ustedes lo creen está bien. Pueden parar en mi casa…o en el auto. Como gusten. Están invitados y de ganas. Y al matecito pueden hacerlo amargueado, si quieren.
-Gracias, don Eugenio.
- ¿Y que hacen por allá, por la Buenos Aires?
-Nosotros nada en especial. Acabamos de dejar nuestros trabajos. El es médico.
-¿Médico? Bueno para hacerle preguntas…
Terminada la mateada y considerándose libres para organizarse, los muchachos fueron a buscar sus cosas para luego explorar algo del lugar. Lo primero que hicieron fue dejar atrás las últimas casas del pueblo y buscando sombra entre unas piedras, al pie de un cerro cercano, se ensimismaron leyendo sobre el cometa, estudiaron los nombres de las constelaciones que tendrían que descubrir por la noche para orientarse en encontrarlo, practicando con los prismáticos que había traído Chicho, porque el cometa no podría verse a simple vista.


7
Bajo el cielo nocturno, estrellado y luminoso como jamás hubiesen visto, los muchachos revisaban las “coordenadas” del cometa, esa pequeña luz difusa poco más grande que una estrella, escondida entre las constelaciones, ya sean ESCORPIO, LUPUS, CRUZ DEL SUR, CENTAURO. Enfundados en los ponchos facilitados por don Eugenio apuntaban con la linterna la Carta Celeste, la comparaban con el firmamento, alzándola sobre sus cabezas y revisaban con los prismáticos las luminosidades que pudiesen ser el cometa. Incluso sacaban fotografías orientándose sólo por el recorrido meticulosamente detallado que figuraba en el mapa. Cualquier punto brillante podría resultar ser el cometa Halley. El atolondramiento parecía finalizar al decidirse a fotografiar. Disparando el obturador los tres muchachos se quedaban contemplativos, alineados con el trípode, como sombras de piedras que luego mágicamente recuperasen su movimiento y entonces emitiesen murmullos de voces humanas, bajo aquel precipicio de estrellas, hasta el siguiente disparo.

TECNICA PARA FOTOGRAFIAR AL COMETA:
Provisto de una cámara con velocidad B, proceda de la siguiente forma…: procure conseguir en casas especializadas una película con el mayor número de ASA que encuentre…; monte la cámara sobre un trípode; abra totalmente el diafragma de la máquina; apriete suavemente el botón del extensor…; siga inmóvil, presionando el botón del extensor de veinte a cuarenta segundos liberándolo luego e interrumpiendo así la exposición.

Copacabana –Jujuy-.12/04/86—3.30 horas.


8
En la casa don Eugenio estaba y no estaba. Pero cuando estaba parecía no querer meterse en la conversación de los muchachos, que rondaba casi siempre sobre el cometa. Por eso interrumpía poco, aunque lo hacía más a la hora de comer, cuando les alcanzaba en el frescor de la casa alguna sopa o un guisito de verdura con poca carne. Aquel almuerzo les dijo:
-Ahorita tendremos que salir a ver a un viejito enfermo.
-¿Ya?
-No, amigo Chicho. Comemos, digerimos y salimos. Ahorita es un decir...
-Bueno, don Eugenio. Disculpe la pregunta…la gente sale poco o ¿qué pasa que no se ve a nadie en la calle?
-La gente sale pero no gusta de hacerse ver. Les falta la confianza.

Por la tarde don Eugenio los guió por un sendero, entre un extenso cuadro de plantación de maíz ya maduro y el cauce de un río, en el que el agua corría mansamente sorteando piedras y rocas robustas. Desde el camino bajaba una pendiente arbolada y pedregosa que permitía llegar a aquél con escasa dificultad. El verde intenso del maizal, de un lado, contrastaba con el verde pálido de las ramas de los árboles, del otro, todavía secas a pesar de la lluvia. Más allá el recorrido se bifurcaba para acabar en un rancho que, extrañamente para ese lugar, era de barro y paja, como extraído de una postal gauchesca. A un costado vieron un cerco de grandes piedras donde se guardaban animales que confundieron con guanacos.
-Son vicuñitas, dijo don Eugenio, que se adelantó y se metió en la casa, escuchándoselo conversar con alguien del interior. Luego salió y dijo seriamente: que pase el dotor. Chicho miró a sus compañeros pero al final no hizo más que seguir la orden. Pasó un rato en que Alexis e I. alternaron en curiosear las vicuñas y admirar la fortaleza de esos cerros, aparentemente vacíos de vida pero capaces de albergar, si se hiciera el esfuerzo, ciudades y pueblos enteros. Al salir Chicho estaba pálido. Caminó con el grupo, que lo seguía a don Eugenio, en silencio durante un trecho. Desviándose por otro sendero, éste pidió un poco más allá que lo esperasen. Voy a saludar a otra persona, dijo sencillamente y desapareció entre el paisaje. Los tres se sentaron sobre sendas piedras al sol y Chicho les explicó lo ocurrido anteriormente:
-Es un viejito que está solo en el rancho. Tiene una pierna ulcerada por unas várices. Se llama el problema insuficiencia venosa crónica por sindrome posflebítico. Lo peor es que acá no hay ni buena higiene y mucho menos quien lo cure y lo vende. Anda con la herida descubierta o vendado con un trapo común. El pobre se atiende como puede. Está acostado y adentro hay un olor insoportable. Cuando le destapé la venda le encontré la herida con larvas de moscas saliendo desde dentro. No sabía qué hacer. No quiere que lo lleven a La Quiaca porque teme morirse allá, más abandonado todavía. Conversé con don Eugenio para que le compre éter, unas pinzas, una cajita de curaciones, vendas y lo demás para curarlo. Pero me voy a tener que armar de paciencia. Esto no es para acá.
Alexis dijo Sí, doctor. Chicho lo miró con sorpresa, disgustado con esa expresión tan formal que dicha en medio de la Puna, sin guardapolvo ni estetoscopio, parecía volver a instalarlo en un consultorio.
La voz sonora de don Eugenio hizo eco entre las piedras junto a unos grititos de niño. Los muchachos miraron por encima de los matorrales un ranchito más extraño que el anterior porque parecía hecho de una mezcla de cartones, maderas y chapas. En la puerta el viejo estaba saludando a una jovencita con vientre de embarazada. Alzó a una niñia que le abrazaba las piernas, retornando luego muy alegre con los muchachos. Cuando pasó entre ellos siguió el camino, sonriente, y dijo: - Nos vamos – despertando miradas de complicidad detrás suyo. El afecto original entre el joven de la calle y el médico retornó en sólo un instante ni bien retomaron la marcha.



9
La historia de la niña es bastante triste. Ella vivía en otra casa del pueblo con sus mismos padres pero resulta que creció bastante atrasadita de la cabeza y de ahí que ellos no la quisieron y la hacían trabajar bien duro como una esclava como una sirvienta les diría cuando estuvo entrando en la mocedad sabiendo que la niña era media tontita la madre la revisaba todos los meses para asegurarse que el período le viniese y esa era su única preocupación para ella y fue que un día algo pasó que el período no vino la niña no se enfermó y nos enteramos esto que hicieron sus padres que fue atarla a la pobrecita de pies y manos con alambres bien sujeta a la cama y que sin importarle su dolor le metieron un aguja que habían calentado y le mataron al ser viviente que llevaba ella sobrevivió pero quedó más tontita que nunca y cuando volvió a embarazarse se escapó de la casa y se vino donde vive y se armó un ranchito ella solita con las cosas inútiles que traían de la ciudá y esa es la niñita que alcé en brazos ese día y las dos viven de la ayuda que le damos los que les tenemos cariños porque no para todos es igual.



10
De mañana se oía algún sonido de pájaros ingresando junto a la luz en la ventanita. Chicho desperezó los ojos apretándolos con sus manos cerradas. Mientras que en su interior transitan camillas apuradas, puertas que se abren y se cierran. Y muchas voces. Como los cantos de pájaros. Ordenes. Respuestas. Movimiento.
Y lo llamaron. – Dotor, venga que es urgente. Sintió que suavemente lo tomaron del brazo y que la misma voz repitió una o dos veces: - ¡Está que se nace el chico, dotor!
Miró todavía indeciso, alzó la vista. Era don Eugenio, muy de cerca, con su saco marrón tiznado. Era una urgencia, un parto en la Puna, en el pueblito de Copacabana. Se levantó con lo puesto y como todavía lloviznaba de la noche anterior, tomó su impermeable con la sensación de estar manoteando un guardapolvo blanco. Los dos salieron corriendo camino al cerro. El pasillo del hospital se transformó en un sendero escabroso. La sala de partos era un ranchito disimulado entre grandes piedras. Lo observó un instante tal cual era. Más que un rancho era una vivienda precaria construida con planchas de cartón prensado que en la parte inferior no llegaban a tocar el piso. Era el ranchito de la niña. Entre el barro formado en esas horas, alrededor merodeaban unas gallinas y una chiquita de unos dos años lloraba desconsolada. Don Eugenio la tomó inmediatamente en sus brazos mientras que Chicho ingresó sin más trámites al interior. Vio por primera vez a su paciente. Estaba de pie, algo aterrada, apretando el abdomen durante una contracción. No era dolor. Era la repetición por siglos de una historia inevitable. Estudió el lugar. Vio una cama con buena cabecera, bien acolchada y tendida y una mesita de luz. Sobre la mesita una campera muy bonita de cuero (con el detalle de la imitación de piel de animal bordeando su cuello). El piso, de tierra, estaba embarrado. Del lado opuesto un ropero dividía la casucha con lo que podría ser la cocina. Instintivamente empujó la puerta de tablas de madera hasta cerrarla. La piecita quedó pobremente iluminada, apenas lo suficiente para asistir a la mujer. Pero una buena sala de partos debía estar bien iluminada, aislada, con la paciente bien ubicada en la camilla obstétrica y alrededor todo en condiciones de esterilidad. En ese momento debería aparecer una reluciente enfermera con todos los elementos de control. En realidad, la lluvia había impedido que la niña intentase llegarse al pueblo a pedir ayuda o tal vez no lo hubiese querido hacer. Su falda estaba manchada como si se hubiese orinado. Había roto bolsa. La tomó suavemente entre los hombros y la fue recostando en la cama sin encontrar resistencia. A la vez se sentó en el borde de la cama. Su objetivo era verificar la fuerza y la duración de las contracciones. Deseaba tener guantes de látex a su alcance para hacerle un tacto y un estetoscopio de Pinard para oír los latidos. Cuando paró la contracción buscó la posición del bebé palpando con ambas manos. Pensó en abrir la puerta a pesar de todo pero en ese preciso momento se abrió sola, como empujada por el viento y un gallo saltó desde fuera parándose sobre su hombro, erguido como si mirase en la altura, apretándolo con sus gruesos dedos a través del impermeable. Se lo quitó de encima levantándose y manoteando para todos lados. Mientras la niña, levantándose molesta, sin hablar ni dirigirle la mirada, se paró entre la mesa de luz y la cama, agarrándose fuertemente de ambas para empezar los pujos. Y aunque Chicho le indicara que se recostase para que nazca el chico, ella siguió de pie con el esfuerzo. Reconociendo su impotencia para continuar ayudando manoteó la campera, increíblemente limpia en ese lugar y con el único gesto de colaboración que le fuera posible, la puso en el piso entre los pies de la muchacha, tratando de observar a la vez la salida del niño, atento a que una circular de cordón lo obligase a intervenir. El pequeño fue cayendo suavemente por entre las piernas en cuclillas hasta que finalmente se acomodó en la campera. Lo alzó envolviéndolo y los fue trasladando a ambos, unidos aún por el cordón, hasta hacerlos descansar, madre y bebé, en la cama. El calor de la sangre llegó a los brazos de Chicho como nunca antes le ocurriese en otros partos. Con mucha calma, en un último esfuerzo, ella sacó de la mesita de luz un frasco con alcohol, unos hilos estériles, una Gillette y un paquetito de gasas, que le fue alcanzando sucesivamente al partero, dirigiéndolo con señas de cabeza hacia el cordón. Después se dejó caer en la cama. Un aroma de guardias se generó al abrir el paquete y destapar el frasco. Cortó con destreza el cordón, lo cubrió con gasas y ubicó nuevamente al niño entre los brazos de su madre. El llanto del niño la despertó y, como en respuesta silenciosa, lo fue acercando al pecho mientras la placenta salía mansamente guiada por el médico.
Rato después, todavía sudando, asomaron al exterior del rancho, donde don Eugenio y sus amigos esperaban a una prudente distancia. La niña, llevando a su bebé en brazos, mostrándolo envuelto en la campera de cuero. El, a su lado, abrigándose aún con su impermeable bajo el mediodía puneño. Relajados y alegres.
-Nunca la ví sonreír tanto –dijo don Eugenio-. Está muy satisfecha.
Chicho también estaba feliz.


11
Los duendes del carnaval son seres petisos como niños de ocho años. Son las personas muertas borrachas en carnaval, que no se les permite entrar al cielo por haber soltado el diablo en esos días y se han quedado en la tierra para siempre haciendo diabluras… Tienen el color de la tierra. Son flacos, fibrosos y velludos en el pecho y muy movedizos. Van desnudos con el falo a la vista. El pelo es muy corto y ensortijado y la nariz y orejas son puntiagudas. Llevan puesto un pequeño gorro orejero que en la frente hace como una v invertida. Como son bromistas aprovechan la habilidad que tienen, que consiste en que al dar un solo paso hacen mucho trecho y así, inquietos como son, empujan a la gente… Por supuesto que se emborrachan pero sobre todo en carnaval y eso explica los frecuentes accidentes en estas fiestas. También durante el año suelen aparecerse por los cerros cuando algún caminante distraído es arrojado al piso por alguno de ellos que pasa veloz. Puede ser que entonces se caiga en la profundidad y se muera pero esto no es a propósito pues los duendes hacen estos juegos sólo por bromear. Sus risas y sus gritos pueden oírse durante la época de los vientos o en algún rincón de la vivienda donde hay reunión con vino.
Don Remigio Culcuy le contó esta historia a Chicho.
-¿Sabe algo más de ellos, don Remigio?
Cuando estas personas son fallecidas se sabe que se convertirán en duendes, puesto que no puede cerrárseles los ojos. Los familiares, pa salvarlos, los entierran lo mismito en el cementerio, con todos los bautizados, aún a sabiendas de que esa noche ya saldrán a molestar a las gentes…diga don, ¿no tiene una monedita por ahí?...

No le haga caso a don Remigio, dotor. Es un inventor de historias. Cuando ve a un estranjero por acá le cuenta alguna y le saca plata.




12
-Para mañana están invitados a una fiestita de aniversario-, había dicho don Eugenio una noche. La fiesta en cuestión era muy especial: los sesenta años del casamiento de dos abuelitos. El tenía 80 años y ella 77.

En un terreno cuyas paredes de adobe derruidas dejaban el paso fácil desde la calle, cuidadosamente desmalezado, se había instalado novedoso un alto techo de lona, bien sostenido con parantes y vientos. Su color verde intenso ondeando en la brisa suave de ese día contrastaba con las figuras eternas de las casitas de un marrón de chocolate. En el interior se ubicaron varias mesas de madera con sus respectivas sillas, entreveradas en uno de los sectores. Hacia allí comenzaron a confluir para el duro mediodía los tranquilos habitantes. Estaban invitados todos. Los viejitos eran muy queridos y el matrimonio con más años del lugar, que aún recordaban a Copacabana como un sitio de puro viento con una capillita solitaria para ir a rezar.
Comenzada la fiesta los muchachos se ubicaron tímidamente en una de las últimas mesas. A medida que se sentaban los demás iban saliendo las empanadas desde una casa vecina. Las traían las hijas del matrimonio en cestas profundas que cubrían con un repasador. Empezaron animadamente a servir a la gente. Detrás venían las cajas de vino y gaseosas que se distribuyeron en todas las mesas. Probaron las empanadas. Muy gustosas pero sin rastro de carne. Comenzaron a investigar su fórmula culinaria, descubriendo cebolla y queso y disfrutando de ese gusto picantito y dulzón con que las hacen en el lugar. En la primera mesa, casi en el centro de la carpa, se sentaron los abuelos. De estatura baja ambos, ella es más bien rolliza y él no tan flaco. El con un saquito parecido al de don Eugenio y ella con un chalequito de vistosos colores y un gorro negro de ala redonda con cinta y borlas coloridas. Se acercan tomados de la mano y se sientan, aplaudidos por todos los comensales que ya se estaban acompañando con las empanadas y algún vinito. Los hay que se levantan sonrientes para el aplauso. Luego siguen comiendo, bebiendo y hablando entre ellos. Aparecen y también se saborean, tazones con locro y empanadas de carne cortada a cuchillo. Comienzan a hacerse chistes de mesa en mesa. Alcanzado el sosiego que da el alimento y la vitalidad que da el vino se levantan de una de las mesas unos jóvenes muy alegres que se plantan donde debía ser el escenario. Allí han puesto una mesita, un grabador y un parlante muy negro. -Nos complace, queridos amigos, venir de La Quiaca expresamente a homenajear a los queridos Vicente y Elvira…- y todos aplauden aprobando la expresión. Nuestros compañeros de aventuras se enteran que esos muchachos son músicos de ahí, de Copacabana, que han hecho cierta plata y fama, y que hoy han venido expresamente a homenajear a los abuelos. De un rincón de la carpa toman sus instrumentos y comienzan a tocar huaynos y taquiraris que hacen silbar a la gente, hablar en gritos y casi todos salen a bailar, hasta terminar en carnavalitos, corriendo en una sola fila que da vuelta por toda la carpa y pasa por debajo de algunas parejas que han hecho puente con sus manos, finalizando la música con más aplausos y alegría. Todo ocurre en crescendo y Alexis es el primero de los tres en prenderse. Al recordar a El Príncipe Patagón, lo entiende cuando dice: “¡La loca vida! ¿Eh, Oreste?”. Le siguen Chicho e I., y así disfrutan del sabor del baile dejándose llevar por el movimiento de la gente. En esas vueltas cruzan sus brazos con una pareja de rubios y esbeltos gringos que aunque solo se animan a una sonrisa corta, tienen los ojos brillantes de alegría. Detenida la euforia, para mantener las energías, la gente vuelve a sus asientos entre risas, recibiendo en las mesas una especie de escabeche, pan y una nueva ración de vino.
-Ahorita, mientras les damos descanso a las piernas pero no al corazón, vamos a escuchar las voces de unas copleras que quieren brindarles sus respetos a doñita Elvira y a don Vicente.
Se levantan cuatro copleras con sombreros redondos y agrisados, atuendos de colores y en sus manos portando sus respectivas cajas. Generan un silencio total porque seguramente, como anticiparon los que animaban, el mensaje iba al corazón de todos los participantes y escarbaría bultitos de sabiduría en los oyentes. Una de las coplas le resume a Alexis el sentir ambiguo de este pueblo que al principio no comprendía. Y por qué no de su propio y mismísimo futuro personal.

“alma que busca el cielo
con toda el alma le canta
y si se vuelva pa’l cuerpo
no quiere dirse por nada”

Mientras, instalan una mesa con una gran torta en el centro de la carpa. Los miembros del grupo folklórico LOS DE COPACABANA anuncian números especiales antes del gran baile final, todo una sorpresa.
-Bueno, pero yo quiero decir algunas palabritas, si se puede -dice sonriente doña Elvira, haciendo levantar su morrudo cuerpecito. -Aguante un momentitito, doña Elvira. Le vamos a alcanzar un “micrófono”. La mujer da la imagen de una película que se detiene en la pantalla, indecisa de sentarse o permanecer de pie, mientras que los músicos se encargan de los preparativos, sorprendida por aquella palabra tan difícil. Se lo alcanzan a doña Elvira, un cablerío largo conectado a un aparato de ciudad que nunca había visto. -Así se usa, doña Elvirita -dijo uno de los músicos, y su voz salió por la otra punta del cable, desde el parlante, saludando a toditos: -Hola, hola. -¡Santita!, ¿cómo es esto?-le surge extrañada a la doña. Mientras que con sus ojos parece decir:”¿Todo esto para mí?”. El muchacho asiente en silencio. Disfrutando el suceso cruza la mirada con su amado don Vicente, que tiene ojos de niño juguetón. -Si le debo estos sesenta años de casamiento a alguien es a mi pelao -arremete valientemente-, porque sin él no hubiese podido ocurrir. Y mis hijos y mis nietecitos me dicen con solo verlos que hemos hecho muy bien en hacer…bueno,¡ustedes saben qué cosa! (risa general). Y a más en mi vida nunca me han faltao grandes alegrías y muchos sinsabores y siempre en ellos han estado toditos ustedes para acompañarme y aquerendarme a verlos y me han hecho pensar que este pueblecito de Copacabana es de lo más bueno d’este mundo. Mi pelao y yo les estamos muy agradecidos por su bondadosa presencia -dice seriamente y disimulada acaricia la cabeza de su amado; con la boca pegada al micrófono se le escapa: -¿Querés hablar vos, mi pumita de los cerros?. El hombre se ríe, todos se ríen, pero no se acepta el convite. Mirando recia, exaltada, termina diciendo: -¡Y le agradezco a nuestra Virgencita de Copacabana, nuestra madrecita tierra, por la bendición de haber dejado crecer tantas buenas gentes por estos lugares! -algunos se quitaron el sombrero y echaron chorritos de vino al piso ofrendando a la Pachamama. Finalmente se da cuenta de la torta, entre besos, abrazos y una botellas de sidra fresca, también traídas y conservadas desde La Quiaca. A continuación el cuarteto LOS DE COPACABANA anuncian las primeras de las sorpresas. Hacen pasar a la pareja de esbeltos y delgados rubios, vestidos de cuerpo entero con atractivos colores. El hombre toma una guitarra. Se recibe el comentario por el micrófono que ambos son de Suecia, un país de Europa, y que han viajado por el Amazonas, selva del Brasil, y por países como Perú, Bolivia, Ecuador y que han llegado aquí hace poco y se han hecho amigos en La Quiaca. Una sensación de dulzura inexplicable invade a los presentes cuando escuchan de la pareja la canción TE RECUERDO AMANDA en sueco. Luego cantan CANCION CON TODOS y a continuación, aunque poco sabían del castellano, cantan, en este idioma, SOBREVIVIENDO. Lo que despierta ribetes de emoción en Alexis que encuentra en este canto un tumulto de mensajes nuevos, visionando a su Maestro con su gorro de copa brindándole altivo sabias enseñanzas. Finalmente la pareja se sienta entre el silencio total de los presentes. Unos instantes después alguien intenta un suave aplauso que crece a medida que todos vuelven en sí y se hace un júbilo compartido. Luego los del cuarteto presentan… ¡al grabador y al parlante! e invitan a bailar a todos un rato al ritmo de… ¡CUMBIA! Echan a andar un cassette y los levantan de sus asientos tomándolos de la mano e inventando movimientos que estimulan al baile. Sacan a los tres amigos que no se resisten, a los gringos y al instante están de nuevo toditos entreverados. Mientras se hace la nochecita se encienden luces, una novedad para el pueblo, y nadie se ve obligado a volver a sus casas. Alexis está muy emocionado, corre hasta lo de don Eugenio, toma su flauta del bolso y luego va a buscar a alguno del cuarteto para que le presente como alguien que quiere rendirle honores a la pareja homenajeada. Detenido el baile por un rato se agrega al programa Alexis con su flauta. Solitario en el escenario, sentadito, sin micrófono, les manda -…un saludo a Vicente y Elvira. -¡A don Vicente y a doña Elvira!- le corrigen del público. -Así es, don Vicente y doña Elvira, responde. Interpreta temas de Sui Géneris: CUANDO COMENZAMOS A NACER, NECESITO, EL HADA Y EL CISNE. Vuelve a generarse un silencio de escucha, respetuoso. Al final se aplaude. Luego Chicho, seguido por I. y don Eugenio van a saludar al artista, orgullosos del sonido de las melodías y estrechándolo en abrazos de borrachos.
Para culminar, el cuarteto LOS DE COPACABANA se pone a interpretar un sinnúmero de temas norteños, todos bailables y así están un buen rato, nuevamente, hasta bien entrada la noche. Para los finales y las despedidas se juntan el cuarteto, “los amigos porteños” y los suecos, por fuera de la carpa, bajo un cielo hermosamente estrellado que a lo lejos toca los cerros, compartiendo una caja de tetra-break y tratando de entenderse y de compartir sus historias y motivaciones para estar en ese lugar. I., frecuentemente callado y bastante tomado, mira a cada rato a la pareja sueca y en especial a la muchacha. Se acuerda de Sara Boncul, allá a lo lejos y hace tiempo, único amor que tuvo, entre paredes y pasillos. Seguramente quisiera estar en el mismo lugar que el sueco con una compañera a su lado, y conocer la sensualidad de quienes disfrutan libremente y con enamoramiento.
En algún momento se apagaron las luces del escenario. La noche profunda quedó acompañada de algunos borrachos durmiendo en el piso. Don Vicente y doña Elvira hacía rato que estaban en sus casas, muy satisfechos y también durmiendo. El viento sopló sobre las mesas volteando las cajitas vacías de vino. Algunos perros husmearon por alimento. Nuevamente era el reino del espacio y las estrellas, de los cometas que pasan transformando sueños y futuros a cada quien a su manera.




13

Si se sueña con una niña muerta tocando la caja sentada sobre un precipicio y ella deja de tocar antes del despertar, uno se muere. Pero si toca durante todo el sueño es que tu amor se verá correspondido. En el hueco de una pared arcillosa en lo alto de la montaña hay una cruz blanca. Cuando algún caminante se acerca atraído por ella se aparece al lado de la cruz un burro marrón con pupilas rojas que empieza a rebuznar amenazante, mostrando sus fuertes dientes y corcoveando. Cuida la tumba de la niña muerta para que duerma tranquila. Ella se llama niña Santusa. Era muy buena coplera pero muy feita. Como con la copla no se gana marido tuvo el infortunio de enamorarse de un hombre que no la reciprocó. Despechada se tiró de un barranco muy alto. Desde entonces se le aparece en sueños a los que tienen pena de amores. El hombre que desee curarse debe subir hasta el peligroso barranco, encontrar la tumba y cantar una copla que le agrade a la niña antes de que el burro lo ataque y así se volverá manso, se pondrá a pastar y lo dejará tranquilo. Ese hombre puede estar seguro de que tendrá éxito en el amor. Pero puede morir despeñado en la montaña o volverse loco si revela el lugar, perdiéndose por siempre en la montaña. Por todo ello el convencimiento en la búsqueda es lo que más sirve para lograr el resultado. Me lo contó don Remigio.




14

Yo la miro. Con sus labios pequeños que se mueven como si hablaran al oído. Su cara arrugadita que mira como suavemente, sin curiosidad ni interés, atenta a cosas que no son seguramente las que yo veo. ¡Qué misterio! Delgadita y frágil, con tanta ropa, camina por la callecita cargando una bolsa de mercado a pleno sol. Tantos colores en el cuerpo, tanta mano arrugadita…A lustrado con cuidado sus zapatos por más que se tapen de tierra. Va lentamente, encorvada, como sin mirar el camino. ¿Va o viene? ¿O mira al pasado? Como si el avanzar fuese para volver. Como si conociese la realidad de la realidad.



15
-Chicho…
-…………
-¡Chicho!….
-¿Qué querés, Alexis?
-Ya sé cuál es tu signo…
-¿Y cuál es?
-Libra.
-¿Cómo lo supiste?
- Por tu carácter. Parece que hay algo en vos que está dividido, como la balanza de tu signo. Dos amores, dos caminos, dos mundos, siempre dos posibilidades en tu vida. Siempre estás esperando el momento de la elección más justa y sabia pero parece que nunca llegase. Por eso muchas veces se lo puede ver inseguro o indeciso o caer en la influencia de seres dominantes en sus momentos de depresión. Pero no todo es así. Si un libriano decide es porque…ha través …de esa lucha interna. ..a descubierto su verdadero camino.
- ¡Qué lindo, Alexis! Gracias…
- ¿No habremos despertado a nadie, no?
-Parece que no. Buenas noches.
-Buenas noches Chichito.


16
Fuimos a recorrer río abajo a donde está la cascadita. Nos fuimos por el cauce y entre las piedras tardamos como más de dos horas en encontrarla. Al volver descubrimos un sendero que bordea el río y acortamos camino, pero una tormenta se nos venía y nos asustamos mucho por si había crecida: ¡ahí sí que tardamos menos! En el regreso encontramos una persona que no quiso acompañarnos a pesar del riesgo. Hemos llegado cerca del pueblo y no nos dimos cuenta. Como tardamos menos eso nos confundió. Más adelante dábamos a un cañadón sobre el río y para seguir tendríamos que meternos por el cauce. Llovía de lo lindo. Así de repente apareció una muchacha como viniendo del sendero. Estaba vestida totalmente de negro. La cara pálida y el pelo largo y algo enrulado. Pasó caminando por entre nosotros tan cómoda y sonriente como si anduviese por el pueblo. Le pregunté si conocía el camino. Por allá, dijo.-¿Por allá? Por allá, señaló hacia el camino correcto. Fui detrás de ella, siguiéndola. Me sorprendió que llevase las palmas flexionadas hacia atrás, haciendo un cuenco con el que tocar mejor las gotas de lluvia y los brazos extendidos pegados al cuerpo, haciendo un movimiento ondulante, como con placer.
Unos metros más y nos metimos en el sendero correcto. Pero ella subió por el cañadón, donde pasaba una especie de acequia Yo la quise seguir, me pareció más lógico, era la que conocía; pero mis compañeros, muy seguros, se fueron por el otro lado. Ahí nomás estaba Copacabana. Después comentábamos entre nosotros. No era la persona que habíamos visto antes. Tampoco la vimos más. Y todos quedamos con una sospecha:
-Dígame, don Eugenio ¿era una aparecida?
En estas montañas todo puede ocurrir.
-¿Y volverá a buscarme porque me quise ir con ella?
No creo, mi amigo. Se cruzaron, nada más.


17
-Don Eugenio, qué es más importante, la razón o el sentimiento.
Mira, hijo, ambitas son la misma cosa. No debería hacerse diferencia porque el camino entre ellas es tan claro y sencillito como que estamos conversando vos y yo. Esa división se debe a un pensamiento europeo que han sembrado a la fuerza por todo el mundo y que nos impusieron los que vinieron y lo más jodido es que ni los que se creen ser grandes pensadores, como ese Feinmann o ese Günter o ese Margulis se han librado de él. Yo mismo lo acepté para poder comprender la causa de la intoxicación planetaria. Pero esa división misma es la causa. Darle a la razón un lugar exagerando su valor, como si el sentir no fuese igualmente importante para tomar decisiones. Por ello es la suma de equivocaciones en este planeta tierra. El paso del cometa, mi querido amigo, me ha liberado a mí también de este concepto equivocado porque yo también me atreví a cazarlo. Debes salir por América para descubrir cómo el sentir y el pensar compartidos es agradable y sabio para toditos los seres humanos. La voz de don Eugenio se alternaba con la voz del Maestro y Alexis los comprendió a los dos.
LA DESPEDIDA
“Eres vanidoso, crees que vives en dos mundos, pero
eso es pura vanidad. Hay un solo mundo para nosotros.
Somos hombres y debemos estar conformes
con el mundo de los hombres”
“-Yo soy un cuervo. Te estoy enseñando a convertirte en cuervo. Cuando aprendas eso, seguirás despierto y te moverás con libertad; de otro modo siempre estarás pegado al suelo, donde quiera que caigas.”.


Al bajar del cerro Chicho era otro hombre. Descendía despaciosamente por el escabroso camino apoyándose en un bastón. Su barba estaba crecida, el pelo se ensortijaba sobre su cabeza. Estaba flaco y somnoliento pero sus ojos reflejaban una profunda convicción. Desde lo alto un cóndor lo seguía dando grandes vueltas circulares. Regresaba a Copacabana luego de una ardua caminata.
Pasó por la casita de la niña y también por la del anciano, que ya estaba mejor de su herida. Bordeó el río y tomó por el sendero que conduce al pueblo en el preciso momento en que escuchó el retumbo del motor de un vehículo. Supo que había llegado la hora de la despedida.

Ingresando a la casa de don Eugenio se encontró con sus amigos. Los abrazó afectuosamente. Los nombró. Les besó la cabeza repetidamente, con afecto. Alexis mostraba su cabello oscuro que iba reemplazando al anterior naranja teñido. Don Eugenio no estaba (conversaba con el dueño del vehículo, a la entrada del pueblo).
-¿Estás seguro de lo que vas a hacer, Chicho?
-Sí; me quedo.
-…..
-¿Te acordás, Alexis, cuando me hablaste de mi signo?
-Me acuerdo.
-Todos dormían. Vos te dormiste. Yo me quedé pensando. Era la hora de tomar una decisión. La más justa. La más verdadera. Ahora siento que puedo aprender de toda esta gente y ayudarlos cuando me necesiten. Y voy a trabajar la tierra … ¡No se olviden que soy el padrecito de un bebé de la Puna! ¡Y aún quedan muchos más por venir!
-¿Y ya pensaste en tu vida de allá, tu mujer y tu hija…tu carrera?
-Si. Y les voy a mandar una nota a todos. Ahorita se las hago...Pero de algo estoy seguro. Nadie de allá me quiere de verdad, sólo quieren la figurita que falta para llenar el álbum de la vida. Como me pasó a mí… Y más importante, a nadie he amado más que a ustedes y a esta gente y su sabiduría.
-….Chicho, Alexis y yo también nos vamos a separar.
-¿Porqué?
-Mirá, mientras vos estabas silencioso y apartado estos últimos días, conversamos con Carlos de nuestras vidas, de cómo habían cambiado en tan poco tiempo. Me voy a Bolivia. Voy a visitar al santo de La Higuera.
-¿De la Higuera?
-Sí. Al Che. Después quiero recorrer América, conocer su gente como vos vas a conocer a los de acá, y seguir luego. Quiero que él me guíe y me dé su bendición.
-¿Y tu Maestro?
-Ahora le toca al Che.
-Y yo me vuelvo.
-¿A La Plata?
-Si, a La Plata. Pero de otra manera. Quiero sentirme libre como no me pasó nunca. Andar por las calles. Encontrar una compañera y volver juntos. ¡Te vamos a visitar el primero, vas a ver!
Se fueron desprendiendo de a poco de los abrazos y se encaminaron con sus bolsos a la chata. Estaba estacionada frente al Renault 12 que pasaría a ser el primer auto del pueblo. La conducía don Isidro, que estaba lúcido y sonriente cargando lo producido en el pueblo para vender. Se treparon en la parte de atrás, mientras que don Eugenio y otro parroquiano ya estaban en la cabina. La camioneta partió acelerando sin preocuparse por los saltos que daban el pasaje y la carga. Alexis e I., tomándose con una u otra mano en algo seguro saludaban y daban gritos de despedida. Chicho los miraba aparecer y desaparecer entre el polvo levantado, cada vez más pequeños, saludándolos con la mano en alto, girando en el aire como el cometa que gobierna los destinos

FINAL
En las esferas celestes hay un cuerpo inmenso, silencioso, que deja parte de su energía al acercarse al sol y luego se pierde en la inmensidad del universo, cumpliendo una misión desapercibida al pasar por nuestro planeta, que está cargado de miedos, presagios y conceptos; porque no solamente continúa su trayectoria estelar, eterna y desconocida. También comienza a recorrer nuevos caminos en el interior de cada vida humana. En todos aquellos que, por una ocurrencia del destino, estuvieron cerca de su paso por los cielos y se tomaron para sí el desafío propuesto de andar por lugares de luces y de sombras y de nunca detenerse ante nada.


“Un diablero es un diablero y un guerrero es un guerrero. O se puede ser las dos cosas. Hay bastante gente que es las dos cosas. Pero un hombre que sólo recorre los caminos de la vida lo es todo. Hoy no soy ni guerrero ni diablero. Para mí no hay nada de eso. Para mí sólo recorrer los caminos que tienen corazón, cualquier camino que tenga corazón. Esos recorro, y la única prueba que vale es atravesar todo su largo. Y esos recorro mirando, mirando, sin aliento.”


















































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